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domingo, 25 de septiembre de 2016

OPORTUNIDADES PERDIDAS DE NUESTRA HISTORIA II: ANÍBAL BARCA, LA PEOR PESADILLA DE ROMA

Uno de los acontecimientos más decisivos en nuestra historia fue sin duda el enfrentamiento entre las dos grandes potencias del Mediterráneo en la Antigüedad: Roma y Cartago. Las llamadas Guerras Púnicas abrieron el camino a la formidable expansión de Roma que acabó culminando en la creación de un imperio latino que creó la base cultural sobre la que se desarrollarían los futuros países europeos. 

En primer lugar, cabe destacar que la expansión romana no fue un proceso rápido ni uniforme, sino que su radio de acción se fue ampliando progresivamente a lo largo de siglos. No obstante, el momento clave en el que el proceso comenzó a acelerarse fue a partir de la derrota de su mayor rival: Cartago. 

Los cartagineses eran, a mediados del siglo III a.C., la mayor potencia naval del Mediterráneo Occidental. Su ciudad Cartago descendía de una antigua colonia fenicia llamada Tiro, que había sido fundada en las costas del Norte de África. Con el transcurso del tiempo, la ciudad de Cartago fue creciendo hasta convertirse en el centro de una poderosa civilización cuya influencia se extendía desde las costas norteafricanas hasta el sur de la Península Ibérica, así como a lo largo de numerosas islas del Mediterráneo (las Baleares, Sicilia, Córcega y Cerdeña). Cartago contaba con una posición geoestratégica inmejorable, una flota de guerra permanente y uno de los mayores puertos del mundo. 

Por su parte, Roma también había ido creciendo desde su fundación expandiéndose a lo largo de la Península Itálica a partir de numerosos enfrentamientos con sus enemigos locales. Su dominación de Italia culminó con la conquista de las ciudades-estado independientes de la Magna Grecia tras el fin de las Guerras Pírricas (280-275 a.C.). 

Situación en el Mediterráneo Occidental al comienzo de la Primera Guerra Púnica (264 a.C.)
Con el crecimiento de ambos, el conflicto de intereses y el enfrentamiento por el dominio del mar se hicieron inevitables. La ruptura de hostilidades se produjo en el 264 a.C. con el estallido de la Primera Guerra Púnica, cuya acción se centró especialmente en la ocupación de Sicilia. Aunque al inicio del conflicto, Cartago poseía una superioridad naval innegable, cuando terminó la guerra en el 241 a.C. Roma había conseguido alzarse con la victoria tras un extraordinario crecimiento de su flota marítima. La derrota cartaginesa supuso su desalojo definitivo de Sicilia y las islas contiguas que pasaron a manos romanas. 

Finalizada la guerra, Cartago entró en una profunda crisis económica, al ser incapaz de hacer frente a las indemnizaciones de guerra impuestas por los romanos y al pago de los mercenarios que había utilizado en la guerra. El descontento de estos últimos derivó en una insurrección a la que se unieron las guarniciones de Cerdeña. La llamada guerra de los Mercenarios constituyó un crudo enfrentamiento civil que fue aprovechado por Roma para arrebatarle a Cartago las islas de Córcega y Cerdeña aprovechando su debilidad interna. Aunque esto suponía una violación del tratado de paz recientemente alcanzado, de nada sirvieron las quejas púnicas a Roma que amenazó con declararles nuevamente la guerra si no le cedían inmediatamente el control de ambas islas. Finalmente, los ejércitos cartagineses liderados por Amílcar Barca consiguieron sofocar la insurrección de los mercenarios aunque las pérdidas económicas y humanas fueron enormes. 

Para superar las consecuencias de la crisis de los mercenarios y las pérdidas territoriales, Amílcar Barca proyectó entonces la expansión por los territorios de la Península Ibérica que se encontraban al margen de las prohibiciones impuestas por Roma en el tratado de paz. De esta forma, en el 237 el general cartaginés conquistaba el valle del Guadalquivir y la región minera de Sierra Morena, consiguiendo así, áreas ricas en recursos naturales. Tras el fallecimiento de Amílcar, su yerno Asdrúbal le sucedió al frente de las operaciones. Bajo su mandato, se consolidaron las nuevas posesiones cartaginesas a través del acercamiento a los reyezuelos indígenas y se sentaron las bases de la organización cartaginesa en la Península Ibérica con la fundación de un nuevo centro político administrativo: Qart Hadasht (que luego sería conocida como Carthago Nova y se corresponde con la actual ciudad de Cartagena). 

La recuperación cartaginesa produjo un enorme recelo en Roma. De esta forma, los romanos envían en el 226 a.C. una embajada que negocia con Asdrúbal un tratado en el que se fijan los límites a la expansión cartaginesa en la Península Ibérica. En virtud del acuerdo, Cartago solamente podría extenderse hasta el sur del río Ebro. 

Aníbal Barca 
Finalmente Asdrúbal fallece en el 221 a.C., pasando a asumir el mando del ejército el hijo de Amílcar, Aníbal Barca. Nada más subir al poder, el nuevo general inicia el asedio de la ciudad de Sagunto que se rinde tras 8 meses de resistencia. Aunque la ciudad se encontraba al sur del Ebro y, por lo tanto, en el área de expansión teóricamente cartaginesa, Sagunto era una ciudad aliada de Roma. Todo apunta a que Roma dejó caer a su aliada para poder contar con un pretexto que le permitiese declarar la guerra a Cartago. Fuera como fuese, la Segunda Guerra Púnica se inició en el 218 a.C. 

A diferencia de la situación vivida en la Primera Guerra Púnica, ahora el control del mar le correspondía de forma indiscutida a Roma, que planeaba un doble desembarco en África y en la Península Ibérica. Aníbal,  plenamente consciente de que la presencia de Roma en Iberia podría desembocar en el levantamiento de las tribus locales decide llevar la contienda a suelo italiano. Ante la imposibilidad de llegar hasta la Península Itálica por mar, Aníbal toma una decisión inaudita: llevar a cabo una invasión terrestre, atravesando los Alpes. Así pues, en el 218 a.C. el cartaginés parte con un gran ejército hacia el norte. 

Los romanos, que en ese momento se encuentran en una situación compleja ante el estallido de una rebelión de los galos en el Valle del Po, deciden intentar detener a Aníbal en su travesía. Escipión trata de detener a las tropas de Aníbal en la costa a la altura del Ródano, pero Aníbal consigue burlar las defensas romanas al adentrarse hacia el interior y atravesar el río lejos de su desembocadura. 

Es entonces cuando Aníbal llevó a cabo una de las mayores hazañas de la historia universal. Ante la sorpresa de sus enemigos, atravesó las cumbres de los Alpes con su ejército. El frío helador y las durísimas condiciones del trayecto hicieron perecer a miles de soldados y a la inmensa mayoría de elefantes que les acompañaban. Sin embargo, esta arriesgada maniobra le permitió adelantarse a los movimientos de sus enemigos y entrar repentinamente en territorio italiano. 


Aníbal cruzando los Alpes 

El romano Escipión se encamina entonces hacia el Valle del Po para hacerse cargo de la legión allí asentada y detener a Aníbal. El Senado romano toma la decisión de posponer los planes de invasión de África y envía a Sempronio al mando de dos legiones a modo de refuerzo. Sin esperar la legada de estos refuerzos, Escipión acude al encuentro con Aníbal y éste lo derrota en la batalla de Tesino. Los romanos se ven obligados a retirarse hacia el sur del Po y acampan en las orillas del Trebia, donde se les unen las tropas de Sempronio. No obstante, Aníbal vuelve a infligirles una severa derrota. El paso victorioso de los ejércitos de Aníbal consigue de esta forma, unir a su causa a los galos rebeldes que le ven como una opción viable para combatir el expansionismo romano. 

Aníbal prosigue entonces en su avance hacia Roma y, tras cruzar los Apeninos, vuelve a derrotar a los romanos en el lago Trasimeno. Esta última derrota de Roma condujo al nombramiento de Quinto Fabio Máximo como dictador con el propósito de aniquilar a los cartagineses. Escarmentado por las 3 derrotas anteriores, decide cambiar de estrategia optando por evitar el enfrentamiento en campo abierto con Aníbal (donde se considera que el formidable general resulta imbatible) pero manteniendo un acoso constante para obligar al cartaginés a permanecer en movimiento y agotarle mientras Roma recupera su vigor. El cambio de rumbo pareció dar resultado e incluso el cartaginés cometió un error que estuvo a punto de costarle la derrota. Mientras Aníbal estaba saqueando Campania, Fabio consiguió atraparle en un profundo valle. Para conseguir escapar de la trampa, Aníbal ideó una estratagema brillante: envió por la noche a un grupo de bueyes con antorchas atadas a sus cuernos de forma que, cuando los soldados que le cerraban el paso a Aníbal vieron el fuego, creyeron que se trataba del general púnico poniéndose en movimiento, por lo que abandonaron su posición para dirigirse hacia la trampa. Aprovechando que el paso había quedado libre gracias al engaño, Aníbal aprovechó para huir inmediatamente. 

Desesperados por los continuos triunfos de Aníbal, los romanos escogieron como nuevos cónsules a Emilio Paulo y Terencio Varrón, confiándoles un enorme ejército de más de 70.000 hombres con el que esperaban obtener una victoria definitiva. Aníbal logró entonces una nueva hazaña que quedaría registrada en los libros de historia: en una situación de gran inferioridad numérica, aplastó a los ejércitos romanos en la batalla de Cannas (216 a.C.) gracias al uso de una increíble maniobra envolvente. El genio militar cartaginés consiguió con esto infligir a Roma la mayor derrota de su historia. 
Esquema de la batalla de Cannas
Con la victoria al alcance de su mano, Aníbal tomó una decisión inesperada que ha suscitado un intenso debate en los historiadores: no conquistar la ciudad de Roma en su momento de máxima debilidad. A partir de este momento, los romanos deciden tras el desastre volver a la estrategia de evitar la confrontación directa y Aníbal busca una salida al mar hacia el sur para poder recibir refuerzos de Cartago (lo cual consigue en los puertos de Locri y Crotona). El tiempo transcurre mientras Aníbal sigue cosechando numerosas victorias en la zona meridional de la Península Itálica y los romanos se centran en la recuperación de la Campania. 

Publio Cornelio Escipión, hijo del general al que Aníbal había derrotado al comienzo de la guerra, se puso al mando de las legiones en Hispania en el 210 a.C. y gracias al apoyo de numerosas tribus indígenas, consiguió concluir la conquista de Carthago Nova. Posteriormente, avanzó sobre el valle del Guadalquivir, logrando de esta forma expulsar a los cartagineses de la Península Ibérica. 

Mientras tanto, el dominio de Aníbal en territorio italiano se iba reduciendo al extremo meridional de la península. Aunque permanecía invicto y capaz de vencer en cualquier batalla, su presencia ya no suponía una grave amenaza para Roma que había sido capaz de acorralarle y recuperarse de sus anteriores pérdidas. En el 204 a.C., Escipión hijo desembarcaba en África al mando de un poderoso ejército amenazando a la propia ciudad de Cartago. Ante esta situación, el Gobierno cartaginés reclamó el auxilio de Aníbal. Sin embargo, aunque Aníbal consiguió llegar a las costas africanas, Escipión derrotó definitivamente a sus ejércitos en la batalla de Zama. 

Aníbal, el general invicto que no había perdido una sola batalla en suelo italiano, fue derrotado finalmente en la guerra. No obstante, esto no debe ensombrecer los impresionantes logros de este personaje. Admirado por todos sus coetáneos (incluidos sus enemigos) y por los historiadores de generaciones posteriores, Aníbal consiguió hacerse un hueco entre los grandes personajes de la historia universal. 

El final de la Segunda Guerra Púnica supuso en la práctica el fin de la amenaza sobre Roma. Se produjo la consolidación definitiva de la hegemonía romana en el Mediterráneo mientras que Cartago quedó reducida a una potencia menor en el norte de África que acabaría siendo arrasada y conquistada por Roma en el 147 a.C. Con la desaparición de Cartago, Roma tuvo el camino abierto para crear un imperio mediterráneo de magnitudes nunca vistas con anterioridad. Y esto, no lo olvidemos, fue uno de los procesos que más determinaron nuestra historia y cultura. 


Mapa con las consecuencias territoriales de las Guerras Púnicas