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sábado, 1 de abril de 2017

LA INCOMPRENSIÓN DE LOS AUSTRIAS MENORES: FELIPE III Y LA PAX HISPÁNICA


Probablemente, todos en la escuela hemos recibido un mensaje básico, anclado en los estereotipos de la historiografía tradicional: a partir de Felipe III, el enorme imperio que tenía la Monarquía Hispánica comenzó un penoso derrumbe. Los reyes del siglo XVII, los llamados Austrias Menores, eran personajes que preferían desentenderse de las labores de gobierno y encomendárselas a unos ambiciosos validos cuya codicia no conocía límites. Monarcas ineptos, que veían su reino derrumbarse en medio de una eterna crisis en la que el único aspecto positivo que sobresalía era la calidad de las artes del llamado Siglo de Oro español. Sin embargo, lo cierto es que al observar con cierta perspectiva esta época, los historiadores han ido reevaluando la situación del reinado de los Austrias Menores, hasta demostrar que probablemente no fueron ni tan estúpidos, ni tan inútiles como se pensaba. De la misma forma, el tópico de la restauración del siglo XVIII de la mano de los Borbones comienza a derrumbarse a medida que aparecen más estudios en los que se señala que ya a finales del siglo XVII (en el reinado del infame Carlos II el hechizado) se observa una recuperación en determinadas zonas de la Península Ibérica que la dinastía posterior continuará. Por supuesto, como la historia es usada constantemente con fines políticos, resulta mucho más conveniente para los Borbones perpetuar el mensaje de que fueron ellos los artífices de la regeneración del reino, aunque lo cierto es que la tendencia parece haberse iniciado antes de que éstos llegaran trono. Así pues, me he propuesto escribir sobre una de las figuras olvidadas de nuestra historiografía, uno de esos reyes a los que tan comúnmente se ha acusado de ser causantes del declive español.

A nadie le debe resultar desconocido que el imperio que gobernaba Felipe II a finales del siglo XVI recorría todo el orbe terráqueo (de ahí el famoso lema de que "no se ponía el Sol"). En 1580, la anexión de Portugal y su imperio colonial agregó a los dominios americanos de la Monarquía Hispánica las rutas comerciales que los portugueses habían dominado desde África hasta Asia. Sin embargo, durante su aparentemente dorado reinado, las primeras dificultades del coste del imperio comenzaron manifestarse. El mantenimiento de la hegemonía se sustentaba en constantes guerras contra las principales potencias europeas de la época, ante lo cual, el reino arrastraba una grave crisis hacendística. Al elevado coste de esta política imperial, cabe señalar además que, para cubrir el pacto colonial que debía mantener España con sus colonias (enviarles manufacturas a cambio de recibir de ellas materias primas), se recurría constantemente a productos elaborados fuera de los territorios de la Monarquía hispánica, situación que favorecía el endeudamiento permanente.

Felipe III, en realidad, no parecía destinado a ser el heredero de la corona de su padre. Lo cierto es que Felipe II tuvo serias dificultades por conseguir un sucesor varón. Su primogénito, el infante Carlos falleció a los 23 años en 1568 tras una vida tormentosa caracterizada por la inestabilidad psicológica y los enfrentamientos con su padre. Al poco tiempo, se producía la muerte de su tercera esposa Isabel de Valois por lo que el rey viudo quedaba en una situación compleja de cara a la sucesión dinástica. Finalmente, el rey contraería matrimonio en 1570 con su cuarta esposa, Ana de Austria, con la que tendría cuatro hijos varones y una hija. El futuro Felipe III fue en realidad el menor de los herederos, de manera que en un principio todas las esperanzas se habían depositado en sus hermanos mayores, especialmente en don Diego. No obstante, el devenir de los acontecimientos se alejó de los planes previstos y sus tres hermanos varones acabaron falleciendo a edades muy tempranas. Felipe, cuarto hijo del cuarto matrimonio del rey, considerado débil y enfermizo desde su misma infancia, se convirtió inesperadamente en un superviviente y esto le aseguró el acceso al trono. Contra todo pronóstico, el príncipe supera todas las crisis y se convierte en la última esperanza de su padre. 

Ante esta situación, Felipe II intenta controlar de cerca la educación del príncipe, poniéndole bajo la tutela de su hija Isabel Clara Eugenia y la emperatriz María. Obsesionado con dar al heredero una educación perfecta y alejarlo de influencias perniciosas, lo rodeó además de personas de confianza entre las que se encontraban numerosos clérigos y personalidades que el joven príncipe consideraba tediosas. Contrariamente a la creencia popular, el sucesor no era una persona infradotada desde un punto de vista intelectual, aunque sí que destacaba su falta de constancia. No obstante, cuando se le explicaban bien las cosas y se le enseñaba aquello que le interesaba demostraba una gran capacidad de aprendizaje. De esta forma, el príncipe destacó en el aprendizaje de múltiples lenguas (latín, francés, italiano...), terreno que a su padre siempre se le había resistido. También disfrutaba del baile y demostraba adaptarse con facilidad al juego y la vida de la corte. 

Sin embargo, Felipe II cometió probablemente un error que tendría ocasión de lamentar con respecto a la formación de su hijo. A diferencia de su padre, el emperador Carlos V, que se había esforzado en ir introduciéndole en las tareas de gobierno desde una edad muy temprana, Felipe II desconfió durante mucho tiempo de las capacidades de su hijo para afrontar estos asuntos, por lo que le mantuvo al margen de las responsabilidades políticas hasta prácticamente el final de su vida. Cuando Felipe II trató en sus últimos años de poner al día de estas labores a su hijo, quizás ya era demasiado tarde. Le intentó introducir súbitamente en las reuniones del Consejo de Estado, y el heredero se encontró abrumado ante la nueva carga. Los consejeros del rey se quejaban continuamente de que el príncipe se dormía en las propias sesiones del consejo. Esta situación va a generar un notable malestar en el entorno cortesano. La situación que va a heredar el príncipe es sumamente delicada, con un reino de extensiones difícilmente abarcables, amenazado por numerosos frentes e inmerso en una grave crisis hacendística derivada del enorme coste de mantener una política imperial belicista. En este contexto tan delicado, con un heredero que parece totalmente abrumado por tales responsabilidades, la figura del duque de Lerma aparece como una tabla de salvación para la monarquía. Lerma había sido menino y amigo cercano del príncipe desde su infancia, lo cual le permitió iniciar un proceso de ascensión en la corte a través de la acumulación de distintos cargos en su persona. Aunque Felipe II siempre receló del amigo de su hijo, lo cierto es que Lerma cumplió un papel clave en los momentos críticos de la sucesión dinástica. Al fin y al cabo, consiguió imbuir al futuro rey de sentido de Estado y salvar así la delicada situación que atravesaba la monarquía. 

Retrato del duque de Lerma 

Cabe destacar que, en realidad, la aparición de la figura del valido no es un hecho exclusivo de los Austrias Menores derivado de su desinterés por las tareas de gobierno. Lo cierto es que todos los Estados modernos del período comienzan a mostrar recursos similares. La aparición de los validos está relacionada con las maquinarias de gobierno que se van haciendo sumamente complejas hasta dificultar el mero control personalista del monarca. Por ello, no debemos interpretar al valido como una figura eminentemente negativa, movida por la ambición y la codicia personal, sino más bien como un recurso lógico ante la creciente complejidad del aparato burocrático de las monarquías de la Edad Moderna. Además, tampoco conviene subestimar la capacidad política de estos personajes, tal y como hemos comentado para el ejemplo de Lerma. Dicho esto, bien es cierto que resulta innegable la constante influencia que ejerció el valido en la corte y el gobierno, aunque la última decisión siempre le correspondería al monarca. 





Tras la muerte de su padre, Felipe III comienza a reinar en el momento del cambio de siglo y se casa con Margarita de Austria, mujer con la que tendrá una abundante descendencia (lo que le ahorrará los quebraderos de cabeza de su padre). Nada más acceder al trono, el rey es consciente de la necesidad de cerrar frentes de guerra para frenar la sangría hacendística y evitar así volver a recurrir a una suspensión de pagos como la de su padre en 1596. En estos momentos, exceptuando la paz con Francia que se había obtenido mediante el tratado de Vervins en 1598 (y que Felipe III conseguiría consolidar mediante lazos familiares), el nuevo monarca debía solucionar conflictos con Inglaterra y los Países Bajos. En el primer caso, la oportunidad se le presentaría a la Monarquía Hispánica cuando se produjera la muerte de Isabel de Inglaterra sin descendencia en 1603, dando lugar al ascenso de una nueva dinastía (los Estuardo) al trono inglés. Muerta la gran enemiga de su padre, el nuevo soberano de Inglaterra Jacobo I, facilitará la firma de la Paz de Londres en 1604. En relación con los Países Bajos, la guerra que había iniciado Felipe II contra las Provincias Unidas (territorios protestantes del norte que se habían separado de los dominios de la Monarquía Hispánica), se encontraba en un punto muerto. Tras décadas de estancamiento, el complejo abastecimiento del ejército de Flandes provocaba una auténtica sangría en la hacienda española. Ante esta coyuntura, se impuso la necesidad de alcanzar un cese de las hostilidades que llegó a partir de la Tregua de los Doce Años firmada en 1609. Este acuerdo se planteaba en aquellos momentos como un parón esencial para ambos contendientes. A largo plazo, lo cierto es que para Holanda este paréntesis supondría una oportunidad dorada para restituir su comercio y recuperarse económicamente de la guerra, mientras que la Monarquía Hispánica no fue capaz de reponerse en la misma medida. No obstante, a la altura de 1609, la necesidad de detener la sangría fiscal (especialmente tras la suspensión de pagos a la que se había visto obligado a recurrir el rey dos años antes) era la máxima prioridad de la monarquía, por lo que la decisión del soberano y su valido fue, sin duda alguna, coherente.

Las paces obtenidas en esta época no deben ser interpretadas ni como señales de la debilidad de la monarquía ni como un deseo de paz permanente del rey. En realidad, estas políticas solían responder a un enfoque pragmático de la situación, una necesidad de cerrar momentáneamente los frentes del imperio para poder recuperarse económica y militarmente. Normalmente, los reyes que protagonizan períodos de relativa paz en la Edad Moderna (Felipe III, Fernando VI) podríamos decir que siguen una política de relativa neutralidad pero nunca una política pacifista tal y como entenderíamos nosotros. En cualquier caso, se trataba de relegar la fuerza de las armas y poner por encima los instrumentos diplomáticos de los que se disponía para poder mantener los dominios en las mejores condiciones posibles.

Si la política exterior de Felipe III se caracteriza por la voluntad de ir cerrando los numerosos frentes que mantiene la Monarquía Hispánica, de cara al interior, su gran preocupación será sanear la Hacienda Real. Administrativamente, frente el tradicional sistema de consejos, el gobierno de Felipe III comienza a apoyarse cada vez más en las juntas, órganos pequeños de consulta ideados para solucionar de manera más agil y flexible los problemas específicos de la monarquía. En este entramado, se constituye la llamada Junta de Desempeño, cuerpo formado por numerosos agentes vinculados a Lerma con la intención de resolver esta crisis hacendística. Entre las propuestas que se barajan para este objetivo, se plantean subir los impuestos, emitir nueva deuda pública y reconocer la antigua vinculada a los reinados anteriores. A pesar de las buenas intenciones, una investigación (orquestrada, según algunos historiadores, por los enemigos del valido al que deseaban destronar) comenzó a poner de manifiesto una trama de corrupción que impregnaba a todos estos personajes. Poco a poco, se fue iniciando un proceso en el que fueron cayendo los distintos componentes de la junta, comenzando por los menos influyentes hasta llegar a ajusticiarse a la mano derecha de Lerma (Rodrigo Calderón de Aranda). Ante la creciente presión que se cernía sobre su figura, el valido del rey solicitó el capelo cardenalicio, consiguiendo así salvar su vida al encontrarse el fuero eclesiástico al margen de la justicia ordinaria. Sin embargo, su caída política ya se había consumado, por lo que sería su hijo, el Duque de Uceda, el encargado de sucederle.
Ejecución de Rodrigo Calderón de Aranda (valido de Lerma) en la Plaza Mayor en 1621. Obra de Juan Evaristo Casariego (1966)
El fin de la hegemonía de Lerma precipitó también un cambio en la orientación política del reinado. Frente a su apuesta por el pacifismo, triunfó la facción cortesana opuesta encabezada por Baltasar Zúñiga y fray Luis de Aliaga (confesor real), planteándose un retorno al uso de la fuerza en Europa. A pesar de ello, Uceda como valido no consiguió jamás tener la influencia de su padre y Felipe III asumió en sus últimos años un control más directo de los asuntos de Estado. En cualquier caso, el final de la Pax Hispánica era una realidad, tal y como quedó demostrado cuando el rey decidió intervenir activamente en la Guerra de los Treinta Años, apoyando al emperador Fernando II de Habsburgo en contra de la rebelión de los alemanes protestantes.

Felipe III falleció en 1621 a los 43 años de edad. Cuatro siglos después, el imaginario popular le recuerda injustamente como el primer artífice de la decadencia española. ¿Hasta qué punto resulta lícito seguir manteniendo estos viejos tópicos de la historiografía tradicional? No cabe duda que el rey se vería obligado a enfrentarse a una herencia seriamente hipotecada por lo que su margen de actuación no era demasiado amplio. Pero probablemente, la decisión de inclinarse por una política más pacifista, supuso un acierto dado que pudo aliviar momentáneamente la presión sobre las finanzas reales. Por otro lado, no debemos olvidar que, a pesar de todas sus dificultades, la monarquía de Felipe III seguía siendo la potencia hegemónica en Europa. Probablemente, sea hora de dejar de considerar que los Austrias Mayores fueron unos espléndidos monarcas frente a la mediocridad de sus sucesores. Al final, un análisis en profundidad nos permite sustituir los blancos y negros por una compleja gama de grises.

sábado, 12 de noviembre de 2016

DE LA CRISIS DEL PETRÓLEO A LA CAÍDA DE LA URSS: EL NEOLIBERALISMO COMO PENSAMIENTO ÚNICO


Los debates económicos que inundan nuestra sociedad actual, el neoliberalismo, el crecimiento de la desigualdad, las privatizaciones de servicios públicos, la aparente inviabilidad del Estado del Bienestar y el aumento constante de la deuda de los países (entre muchos otros), nos invitan a reflexionar sobre el origen de muchos de estos problemas, cuyas consecuencias experimentamos a diario. 

Tal y como describimos en una entrada anterior, finalizada la Segunda Guerra Mundial se extendió en los países occidentales un compromiso en materia económica conocido como el Consenso Keynesiano (en referencia a las tesis del economista John Maynard Keynes en las que se inspiraba). En líneas generales, el keynesianismo implicaba una activa intervención de los gobiernos en la economía de sus países. Frente a la teoría de la "mano invisible" de Adam Smith y el liberalismo clásico, los gobernantes de la posguerra mundial fueron conscientes de que resultaba imprescindible evitar que las constantes fluctuaciones del mercado llegaran a derivar en una crisis similar al crack de 1929, que pudiera en última instancia afectar gravemente la estabilidad social. Decidieron que el Estado emplearía todos los recursos a su alcance para compensar estos altibajos. De esta forma, los gobiernos nacionalizaron sectores estratégicos en la economía y extendieron las prestaciones sociales básicas creando los modernos estados del bienestar. En un mundo bipolar marcado por la Guerra Fría, el capitalismo se vio abocado a reformarse en profundidad para reducir en la medida de lo posible la lacra de la desigualdad económica e impedir así el avance de sus rivales comunistas. 

El sistema se mantuvo sin alteraciones fundamentales durante décadas de extraordinario crecimiento, expansión y aumento generalizado de los salarios. Todos los partidos políticos que se alternaban en el poder respetaban esta filosofía económica. 

La etapa de prosperidad que había comenzado tras la guerra, parecía no tener fin. El sistema keynesiano aparentemente contaba con una fórmula que neutralizaba los posibles problemas de la economía. Según la teoría de Keynes, la vida económica estaba determinada por una variable a la que denominaba demanda global. Cuando ésta era demasiado baja, el principal problema que surgía en una economía era el desempleo. Por el contrario, si la demanda global de una sociedad resultaba excesiva, se produciría una situación inflacionaria. Sin entrar en tecnicismos económicos, resulta fácil de comprender esta relación según la tradicional ley de la oferta y la demanda: a mayor demanda, mayor incremento de los precios de los bienes de consumo. Ante esta obviedad, la misión del Estado será actuar para evitar el exceso o la insuficiencia de la demanda global. Así, cuando haya desempleo por insuficiente demanda, se buscará incrementarla y para ello:

  1. Se disminuirán los impuestos directos para aumentar la renta de las familias y reactivar así el consumo
  2. Se aumentará el gasto público por parte del Estado
  3. Se fomentarán las exportaciones reduciendo el tipo de cambio
  4. Se incrementará la inversión reduciendo el coste del dinero para incentivar a las empresas

Cuando por el contrario, se pase de la destrucción de empleo a una creciente inflación, el gobierno deberá reducir el exceso de demanda aplicando las recetas opuestas a las que acabamos de hacer  referencia. Por lo tanto, parecía haberse encontrado la solución a los dos grandes problemas de la economía: el paro y la inflación. 

Keynes (a izquierda) y Hayek (a derecha) representan el
enfrentamiento entre dos formas radicalmente opuestas de
entender el papel del Estado en la economía 
¿Significa esto que el consenso keynesiano era compartido por todos? Lo cierto es que no. Existían algunos opositores que formulaban sin demasiado éxito sus propias teorías económicas. Una de las figuras más destacadas en su ataque a la economía planificada era el austríaco Friedrich Von Hayek. Para este autor, cualquier atisbo de intervención estatal en la economía tenía peligrosas resonancias de totalitarismo. En su obra Camino a la servidumbre (1944) argumentó que sin liberalismo económico, no habría libertad individual. El socialismo, según Hayek, desembocaba necesariamente en totalitarismo. Hayek protagonizó ya en sus años de juventud duros enfrentamientos con Keynes. Si para el austríaco el socialismo y el fascismo representaban males idénticos relacionados con la planificación económica central, Keynes le replicaba que el auge del nazismo no se debía a un gobierno de gran tamaño sino al paro a gran escala y el fracaso del capitalismo clásico. 

Durante las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el auge de la socialdemocracia y la cara amable del capitalismo keynesiano marginaron las tesis de Hayek y los que como él se oponían a la participación activa del Estado en la economía. 

Sin embargo,  el período dorado del capitalismo de posguerra no iba a ser eterno. En 1973, un suceso inesperado trastocó de forma irreversible las economías del mundo. La Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo decidió castigar a Estados Unidos y sus aliados occidentales por su apoyo a los israelíes en la Guerra de Yom Kipur, en la que se enfrentaban Israel contra Egipto y Siria. El embargo establecido para los envíos de petróleo hacia los países occidentales, repercutió en un aumento espectacular de sus precios. Puesto que las economías industrializadas dependían muy estrechamente del suministro de crudo, esto tuvo consecuencias dramáticas para sus economías. 


Precios del petróleo desde 1861

A partir de este momento, comenzó una crisis que Keynes no había podido prever (el economista británico había muerto en 1946). A una situación de desempleo se le unió una inflación galopante. Como vimos anteriormente, según el modelo keynesiano la convivencia de ambos problemas representaba un panorama inimaginable puesto que se producían por dos  coyunturas económicas excluyentes (excesiva o insuficiente demanda global) y se combatían mediante recetas diametralmente opuestas. Sin embargo, en 1973 la inflación que experimentó occidente ya no se derivaba de una excesiva demanda, sino de un espectacular aumento de los costes de producción producido por el embargo de petróleo. Es entonces cuando se generaliza un nuevo término conocido como estanflación: estancamiento económico unido a una situación inflacionaria. 

Ante este panorama, las recetas de Keynes ya no daban solución a los problemas existentes. Se volvió   entonces de nuevo la mirada sobre sus opositores. Las tesis de Hayek quedaron recogidas por los Chicago Boys, una escuela de economistas liberales salidos de la Universidad de Chicago y dirigida por Milton Friedman. Ellos consiguieron impulsar una nueva doctrina económica: el neoliberalismo. Frente a la economía de los años dorados, los neoliberales propusieron que se dejase en manos privadas el mayor número de actividades económicas posible. Rechazaban la intervención del Estado en la economía, defendiendo un amplio programa de privatización de empresas públicas. Para ellos, los agentes privados eran más eficientes que los públicos, por lo que el Estado debía reducir su tamaño para dejar que fuera el sector privado el encargado de generar la riqueza. Consecuentemente,  se adoptarían políticas fiscales restrictivas y se reduciría drásticamente el gasto público. En relación con el derecho laboral, fueron los neoliberales los que acuñaron un término que nos resulta muy familiar: la "flexibilización laboral", que en definitiva equivale a la eliminación de regulaciones a la actividad económica. En resumen, los economistas neoliberales protagonizaron un retorno a las doctrinas clásicas del laissez-faire, es decir, de la desregulación del mercado frente a la economía mixta keynesiana. 

El primer lugar donde los Chicago Boys experimentaron sus tesis fue en el Chile de Pinochet. Allí, se pusieron por primera vez en marcha las políticas de privatizaciones que posteriormente se irían extendiendo por los países occidentales. La convivencia entre una dictadura enormemente represora y el liberalismo económico más descarnado desmintió el sagrado binomio neoliberalismo-libertad planteado por Hayek. 

En los 80, el ascenso al poder de Margaret Thatcher en Reino Unido y Ronald Reagan en Estados Unidos supuso el momento de apogeo del neoliberalismo en el mundo anglosajón. Gran Bretaña, el primer lugar de Europa donde se había comenzado a implantar tras la Segunda Guerra Mundial el Estado del Bienestar, sufrió en sus propias carnes la cara más dura del neoliberalismo. A las privatizaciones masivas de servicios públicos y la consecuente reducción del Estado, se le unió el enfrentamiento abierto que mantuvo la primera ministra con los sindicatos obreros de su país. Especialmente crítica fue la situación durante la huelga de los mineros de 1984-1985. Probablemente la recordéis los que hayáis visto la película Billy Elliot, en la que el padre del protagonista pertenece al colectivo que se vio involucrado en ella. Lo cierto es que la huelga de mineros fue un conflicto tenso, durísimo para los obreros que mantuvieron la resistencia durante meses, sometidos a una gran violencia policial y a serias dificultades de financiación. La huelga culminó con la victoria sin paliativos de Thatcher y un enorme debilitamiento de los sindicatos que hasta ese momento habían jugado un papel fundamental en Reino Unido.  El modelo inglés se implantó con tal fuerza que el thatcherismo dividió en dos a la sociedad británica, entre los detractores y los admiradores de la primera ministra. 




El neoliberalismo de Thatcher y Reagan aceptaba como algo natural la desigualdad en la sociedad y la reducción drástica del gasto social, frente a la tendencia que había mostrado la socialdemocracia  europea por aspirar al ideal de la igualdad relativa. Frente a la idea del estado providencia, asumen que el Estado debe limitarse a funciones de seguridad y orden.

El neoliberalismo se fue extendiendo progresivamente por todos los países europeos en mayor o menor medida. Es cierto que la reputación y popularidad de los antiguos estados del bienestar han impedido en muchos casos su absoluto desmantelamiento pero las intenciones han sido claras. En nuestro país, los exponentes del neoliberalismo más radical los podemos encontrar en figuras por todos conocidas como Esperanza Aguirre, quien ha afirmado sentir una gran admiración por la dama de hierro. 

Por si el envite del neoliberalismo no fuera suficiente, la caída de la URSS a comienzos de los años 90 supuso una auténtica conmoción para la izquierda de todo el mundo. Con la desaparición de la amenaza soviética, el capitalismo se alzó triunfante y el comunismo quedó reducido a unos pocos países que se encontraban en una situación precaria sin su antiguo valedor. Los neoliberales proclamaron entonces que había quedado demostrado que su sistema era el único válido, que el comunismo  había fracasado, solamente traía miseria y había sido el capitalismo que ellos defendían la única garantía de prosperidad en la sociedad. La historia les había dado la razón. El discurso creo que lo conocemos muy bien. Se ha impuesto desde entonces un modelo de pensamiento único que trata de censurar cualquier atisbo de crítica hacia el sistema económico actual. El neoliberalismo rehuye del debate, se limita a desprestigiar al contrario, reduce su visión a una lógica bipolar de buenos y malos, ignorando por otro lado a los partidarios de las economías mixtas aduciendo que resultan insostenibles. 

Así hemos llegado a una situación crítica que ha quedado de manifiesto tras la crisis del 2008. El constante aumento de las desigualdades está creando sociedades más polarizadas, más frustradas e inseguras. La crisis de los antiguos partidos políticos que hoy vivimos en todo Occidente, se vincula con la incapacidad que éstos han demostrado por atajar el problema. El austericidio y las recetas neoliberales han comenzado a poner las bases de su propia destrucción. Parecen haber olvidado que una sociedad más igualitaria es también una sociedad más cohesionada. Muchos afirman que resulta inviable revivir el milagro keynesiano en nuestras sociedades actuales y en el mundo globalizado que tenemos y quizá tengan parte de razón. Se hace imprescindible pues reflexionar para que la izquierda vuelva a encontrar su lugar y su discurso en este panorama incierto, para no sucumbir ante la dictadura del pensamiento único. Mientras tanto, en medio del desconcierto actual, debemos recordar que los momentos más turbulentos, son también los más idóneos para el cambio. 


Vídeos de interés: 

        Vídeo corto en el que se explica con mucha claridad los fundamentos de la teoría keynesiana 

La pelea del siglo: Keynes contra Hayek 


domingo, 6 de noviembre de 2016

FOTOGRAFÍA DE VANGUARDIAS Y EL OCASO DE LA RAZÓN: DEL DADAÍSMO AL SURREALISMO (POR RAÚL FERNÁNDEZ)


FOTOGRAFÍA DE VANGUARDIAS (DADAÍSMO Y SURREALISMO)

La fotografía ha estado presente en muchas etapas desde su aparición en el 1839 con la divulgación mundial del primer procedimiento fotográfico: el daguerrotipo, promovido por Louis Daguerre. Dos de las corrientes fotográficas más destacadas se encuentran en el siglo XX, destacando su evolución desde la vanguardia dadaísta hasta el surrealismo. A partir de 1916, el dadaísmo rompió con la sociedad burguesa y sus manifestaciones artísticas, captando la atención mediante la fotografía, popular, naif, mecánica, reproducible y considerada siempre al margen de la historia del arte clásico.

Mientras la guerra asolaba Europa, a principios de la primavera de 1916, un grupo de artistas internacionales se preparaba para la primera velada de un cabaret recién inaugurado en la ciudad suiza de Zúrich. En su mayoría eran emigrantes de los países vecinos que intentaban evitar su aislamiento o que buscaban refugio en Suiza, políticamente neutral, frente al agresivo nacionalismo de sus países. El establecimiento donde se encontraron, el Cabaret Voltaire, se considera el núcleo del movimiento dadaísta, aunque es posible hallar rastros de sus peculiares características en otros centros del emergente espíritu vanguardista, como Nueva York, París, Berlín, Hanover y Colonia.

Las formas que moldearían el arte del siglo XX fueron introducidas gracias a los reconocidos dadaístas, los cuales formaban un grupo unificado en su firme oposición a la guerra y en su profundo escepticismo hacia lo tradicional. La guerra constituía la demostración palpable de cómo la Ilustración de la civilización occidental, es decir, “la razón” había desembocado en la más absoluta barbarie. En este contexto, las bases del antiguo mundo burgués se descomponían. La fotografía ofrecía los dadaístas un medio para introducir lo mundano y lo cotidiano en la práctica artística, desdibujando así los límites entre esas dos esferas.

En Nueva York, el espíritu dadaísta tuvo como representante a un grupo de artistas internacionales, entre los que encontramos a Marcel Duchamp. Jean Crotti, Man Ray y Francis Picabia. Desde el año 1915 se reunían de forma regular en el salón de los mecenas del arte Louise y Walter Arensberg. En 1917 surge un escandalo dadaista promovido por Duchamp, ``que deseaba que la fotografía repugnase a quienes se dedican a la pintura hasta el momento en que alguna otra cosa la vuelva insoportable´´, al presentar uno de sus legendarios objetos artísticos encontrados a la Sociedad de Artistas Independientes: ``La fuente, un simple urinario blanco firmado con el seudónimo ``R. Mutt´´. Fue rechazado pero se presentó más tarde al público en una exposición organizada por Alfred Stieglitz, cuya fotografía del urinario apareció en la publicación dadaísta ``The Blind Man´´.

El artista alemán Christian Schad se relacionó con el Zúrich dadaísta a través de su íntimo amigo Walter Selner, uno de los principales teóricos del movimiento dadaísta internacional junto con Tristan Tzara. Schad comenzó a experimentar con papel fotográfico, cubriéndolo con objetos ordinarios, en general encontrados en la calle, y exponiendo después las composiciones al sol directo. Trabajó con papel para imprimir, cuya reacción más bien lenta a la luz le permitía redistribuir los objetos durante la exposición. Las imágenes creadas mediante ese proceso, eran pequeños fotogramas que oscilaban entre una referencia directa a los objetos cotidianos y una realidad artística abstracta.

CHRISTIAN SCHAD - Amourette (1918) Copia en gelatina de plata

Años más tarde, Tzara implantó el término ``schadografías´´a esas imágenes, en alusión al apellido del artista y a las sombras que los objetos parecen dejar en el papel sensible a la luz.

Si la Primera Guerra Mundial parecía un eco distante en Nueva York, sus repercusiones políticas y económicas ejercieron un impacto mucho más directo en la vida berlinesa. Las actividades de los dadaístas berlineses figuran entre las más agresivas y políticamente subversivas del movimiento dadaísta internacional. El fotomontaje se convirtió en uno de los medios de expresión favoritos.

Hannah Höch, asimismo, apela a los movimientos de mujeres; Raoul Hausmann, George Grosz y John Heartfield también trabajaron el medio. Heartfield, como la mayoría de los dadaístas berlineses, simpatizaba con las fuerzas revolucionarias que derrocaron al káiser en 1918, año en que se unió el partido comunista alemán. Cuando el Berlín dadaísta pasó su momento cumbre, Heartfield utilizó cada vez más su arte como arma en las luchas políticas de la República de Weimar.


Adolf, el superhombre, ingiere oro y escupe basura, John Heartfield
Reproducción fotomecánica
Apareció en la publicación comunista Arbeiter Illustrierte Zeitung durante la campaña para las elecciones generales de 1932. Combina una radiografía de un pecho con una imagen popular de Hitler. El montaje hace referencia a las abundantes subvenciones que recibía el partido nazi de empresarios y financieros y presenta a Hitler, a pesar de su retórica de clase trabajadora, como amigo de la burguesía.

A comienzos de la década de los 20, el dadaísmo se estaba agotando. En  1924, el escritor francés André Breton publicó el Manifiesto surrealista, su primer manifiesto sobre esta estética de vanguardia. Se alejó de este modo de los dadaístas de París con la intención de crear lo que se convertiría en un movimiento que abarcó las bellas artes, la fotografía y la filosofía. Breton creía que había llegado el momento en el que arte experimentase el significado de la existencia y de la realidad, pensaba que el arte contemporáneo tenía que explorar el subconsciente del ser humano utilizando los preceptos del psicoanálisis que embarca el significado de los sueños y el concepto de lo misterioso. Por lo tanto él creía que la realidad se basaba en el subconsicente.

Muchas de las obras más representativas de la época fueron fotografías. Breton decía que los fotógrafos para poder captar la realidad no inhibida se tenían que basar en las narraciones oníricas y en la escritura automática. La Révolution surréaliste, publicación editada por Breton, incluyó fotografías de Eugène Atget y Man Ray entre otros. La revista también mostró reproducciones de pinturas y dibujos de Max Ernst, Pablo Picasso y Paul Klee. La cámara se empleó para mediar directamente entre el concepto de la obra y la mente del espectador.

La fotografía era el elemento para explorar la naturaleza de la representación. Espejos, negativos dobles, superposición de negativos y maniquíes crean un doble, una especie de representación de una realidad más que una realidad en sí misma. Se hizo el uso del denominado espaciado, que consistía en el encuadre de la fotografía y del fotograma, alterando la réplica del espacio tridimensional y que recuerda a los espectadores que la imagen recortada es solo una representación del momento captado.

El filósofo Georges Bataille también se sintió atraído por las ideas del surrealismo. Para él las reacciones viscerales a las palabras y las imágenes inquietantes despertaban sensaciones reflexivas y agradables, así como sentimientos reprimidos. Según él estas reacciones se relacionaban con la muerte  que definía como la forma de deseo obscena.

El primer fotógrafo reclamado por Breton para el surrealismo fue Man Ray, figura clave dentro de la vanguardia parisina. Este fotógrafo realizaba una mezcla de temas, composiciones y técnicas utilizando la solarización y los fotogramas a los que denominó ``rayofotografías´´que suscitaban la modernidad, inspirándose en el arte neoclásico. La revolución de la técnica de la solarización llamaron la atención a los surrealistas, principalmente a Man Ray. Dicho proceso constaba de conseguir un efecto misterioso al sobreexponer un negativo o una imagen durante el proceso de copiado, de manera que los tonos de la imagen se invertían, provocando un cambio de las sombras a zonas claras y viceversa.



El violín de Ingres, Man Ray 1924
Copia en gelatina de plata retocada con lápiz y tinta china

Man Ray, gran admirador del artista neoclásico Jean-Auguste-Dominique Ingres, creó esta fotografía inspirándose en los desnudos del pintor francés. Se trata de una de las obras más celebres del fotógrafo, y su título original, Le Violon d´Ingres, hace referencia al entusiasmo de Ingres por el violín y a su insistencia en tocarlo ante sus invitados cuando acudían a ver sus pinturas. Al transformar a su musa y amante Alice Prin en una odalisca al estilo de Ingres, y además, en un violín, Man Ray estaba convirtiendo la forma femenina en su propio violon d´Ingres.
A los 14 años, Prin trabajaba posando desnuda para artistas. En la década de 1920 era conocida como ``Kiki de Montparnasse´´y la ``reina de Montparnasse´´en los cabarets. En 1921 conoció a Man Ray y se convirtió en su modelo, musa y amante durante ocho años. En esta fotografía Man Ray pintó a mano los huecos del violín, que actúan como surrealistas orificios en el cuerpo. No es un retrato de su musa, sino una cosificación como instrumento que otro toca, un objeto. Se trata de una representación del erotismo, ocultando sus brazos y piernas muestra a la mujer como objeto y a su vez crea la figura del armonioso instrumento.


Inspirado en Man Ray, el artista belga Raoul Ubac utilizó fotomontajes, solarización y brûlage (quemar el negativo o los negativos) para crear composiciones sorprendentes y complejas. Esas obras, similares a murales, fueron realizadas en la época de la guerra civil española y durante el período en que se fraguó la segunda guerra mundial, y combinan la forma femenina idealizada con distorsiones y un aparente desmembramiento que sugieren la conducta humana irracional que puede llegar a provocar una guerra.

Retrato de espacio, Lee Miller, 1937
copia de gelatina en plata
Se tomó en un desierto próximo a Siwa. La mosquitera rasgada enmarca la escena y provoca una sensación de confinamiento. El espejo en el centro de la composición subraya que no se trata de una fotografía de reportaje, sino de representación. La imagen sugiere que cada espectador que mire a través de la mosquitera, hacia el desierto egipcio, interpretará el paisaje de manera subjetiva.

Uno de los ayudantes fotográficos de Man Ray, la emigrante estadounidense Lee Miller, se convirtió en una importante figura del movimiento surrealista en la década de 1920.

Conocida modelo de Condé Nast( empresa editora de revistas como Vogue), se convirtió a su vez en fotógrafa, y como Man Ray, trabajó comercialmente por encargo y de manera artística por placer, Miller y Man Ray entablaron una relación, y a ella se le relega casi siempre al papel de amante y música, aunque al parecer estaba igual de versada en la estética surrealista. En 1934 se traslada a Egipto con el empresario egipcio Aziz Eloui Bey con el que se casa.

La pintora y poetisa francesa Dora Maar es más conocida por ser una de las amantes y musas de Pablo Picasso, pero también trabajó como fotógrafa comercial en París durante las décadas de 1920 y 1930. Relacionada con Bataille, Man Ray y Breton, realizó fotografías vanguardistas.



Padre Ubu, Dora Maar 1936
Inspirada en el infame antihéroe de Ubu Roi (Rey Ubu, 1896), la obra de Alfred Jarry. Dicha obra que se considera una importante precursora del surrealismo, satiriza a la burguersía, y su abuso de poder y el éxito, a través del protagonista, Ubu, que representa esos rasgos. El uso de una cría de armadillo para representar a Ubu, junto con la iluminación austera, crea una composición muy inquietante que resulta difícil de ver, pero también atrayente. La sensación de incomodidad era un efecto deseado en las imágenes surrealistas, ya que esas obras pretendían abrir el subconsciente. El primer plano extremo del rostro del armadillo recuerda a los desconcertantes primeros planos de Jacques-André Boiffard.


El artista alemán Hans Bellmer conoció a los surrealistas franceses en 1934. Cuando se publicó una serie de fotografías suyas en la revista Miniature, coeditada por Breton.
La serie consiste en dieciocho fotografías de un maniquí femenino a tamaño natural en diferentes poses y graos de desmembramiento; ocupa una doble página y lleva por título:


La muñeca, variaciones en el ensamblaje de una menor articulada, 1936
La muñeca aparece en escenarios que se prepararon en el estudio de fotografía de Bellmer y en exteriores, e incluyen elementos con ramas, flores artificiales, prendas de ropa y velos. Las muñecas fueron un motivo atrayente para los surrealistas porque representaban las ideas de la duplicidad y el misterio. Las imágenes del cuerpo desmembradas, por lo general apiladas, o bien ensambladas en lugares que no les corresponden, provocan un sentimiento de repulsión.

Brassaï tomó fotografías que se adherían a la estética surrealista de Bataille y Breton. Su extraña serie de Esculturas Involuntarias (1932) consiste en seis imágenes que muestran objetos efímeros que parecen flotar.





Brassaï tomó primeros planos de billetes de autobús, jabones, pasta de dientes y otros objetos cotidianos, ``desfamiliarizándolos´´a través del uso de una iluminación intensa contra un fondo texturizado. La serie se reprodujo en Minoature en 1933, acompañada de entradas escritas por el artista surrealista Salvador Dalí. Brassaï dijo: ``el surrealismo de mis imágenes era solo realidad convertida en más misteriosa por mi manera de mirar. Nunca busqué expresar nada más que la realidad, que es lo más surreal que existe´´.

Philippe Halsman fue un retratista de esta vanguardia destacado por imponer la técnica del jumping style, retratando a sus modelos saltando, para él la representación del rostro humano era más natural si se trataba de realizar tomas de este modo. Retrató a figuras reconocidas, entre ellas cabe destacar al genio español del surrealismo, Salvador Dalí. Ambos artistas se encargaron de realizar la composición del resultado final de la toma fotográfica consiguiendo así en el año 1948 en el estudio neoyorkino del fotógrafo la titulada como `Dalí Atomicus´.




Necesitaron cantidad de ayudantes y 28 intentos para poder plasmar la toma final durante 6 largas horas de trabajo. La ayudante principal fue la esposa del pintor, Gala, quien se encargó de sujetar la silla representada en la imagen, entre los demás que se encargaron de tirar los gatos al aire, tirar el agua y sujetar los hilos de los caballetes suspendidos en el aire. Fue un largo trabajo de retoque manual para conseguir el resultado final.

La evolución de ambas vanguardias han creado un relato de imágenes  que representan el punto de vista más personal del fotógrafo, mezclando composiciones con iluminaciones cuidadas para sus tomas, rompiendo con las formas tradicionales y mostrando al mundo un vuelco visual onírico e irracional.

miércoles, 5 de octubre de 2016

LAS CLAVES DEL DUELO CLINTON/TRUMP: ENTRE LA CONTINUIDAD HISTÓRICA Y EL DESCONCIERTO

El 2016 nos está dejando sin aliento. El Brexit, el imparable ascenso de la ultraderecha europea, la crisis de los refugiados, el terrorismo internacional, la implacable purga del autoritario gobierno turco y como no, las esperpénticas elecciones estadounidenses. El orden internacional de la posguerra mundial se está desmoronando a una velocidad inusitada, en un proceso aparentemente imparable cuyas consecuencias no podemos prever con claridad. La globalización ha entrado en crisis ante la desintegración de las clases medias y el crecimiento de las desigualdades sociales en un mundo capitalista anclado en el neoliberalismo económico que se mantiene incapaz de ofrecer alternativas viables. Estamos regresando a un panorama de inseguridades, una pesadilla que parecía olvidada en occidente. Y de nuevo los acontecimientos se encadenan de forma oscura: a la crisis económica, le sigue la política y el retorno a las viejas identidades del Estado-nación. Los partidos tradicionales no comprenden el alcance del proceso. Los perdedores de este capitalismo global voraz están alzando su voz, y no precisamente en un tono conciliatorio. 

Una de las consecuencias de esta degradación ha sido el ascenso de los populismos nacionalistas de derecha en la mayor parte de los países de nuestro entorno. Todos ellos basan su poder de seducción en una apelación al sentimiento por encima de la razón. Es por ello que de poco importó en el referéndum británico que los partidarios del "Remain" tuviesen un arsenal de datos verídicos con el que contradecir la falsa lógica del "Brexit". Al final, los partidarios de abandonar la UE consiguieron crear un discurso emocional mucho más poderoso. Cuando Boris Johnson bautizaba al día del referéndum como "Día de la Independencia Nacional", el mensaje del Brexit se introdujo en las más primarias emociones de muchos británicos. El sentimiento se impuso a la razón. Ante eso, el establishment apenas puede combatir. 

Algo similar sucede cuando analizamos la cita electoral más importante que tenemos por delante en este 2016: la elección presidencial de los Estados Unidos. Ante la perplejidad y ansiedad del mundo entero, el magnate Donald Trump tan solo se encuentra a un paso de la presidencia de una de las principales potencias del mundo. Muchos se plantean cómo es posible que hayamos llegado a este punto. En realidad, en el presente análisis nos remitiremos a la historia electoral reciente del país para poder comprender cuáles son los elementos de continuidad y de cambio presentes en este nuevo ciclo electoral y tratar así de imaginar qué posible desenlace tendrá todo esto.

En primer lugar, debemos comenzar aclarando brevemente el funcionamiento del sistema electoral estadounidense en las elecciones presidenciales. En Estados Unidos, el presidente se elige por sufragio indirecto, es decir, los ciudadanos no eligen directamente al candidato sino a unos electores o compromisarios que forman el llamado Colegio Electoral y votarán por el futuro presidente en cuestión. El reparto de electores se realiza por estados, en función de su número de representantes en el Congreso, es decir, en base a su población. Así, el estado más poblado del país, California, se sortea 55 compromisarios, mientras que en el otro extremo, se situarían estados  pequeños o semi-vacíos como Wyoming (3 electores), New Hampshire (4), etc. Ahora bien, una vez un candidato a la presidencia vence en un estado, recibe la totalidad de los compromisarios que le corresponden a dicho estado. Es decir, que si el candidato demócrata vence en California, aunque sea por una diferencia mínima de votos, obtiene los 55 compromisarios correspondientes. No se produce por tanto un reparto proporcional de los electores sino que todos ellos van para el ganador. Así, los candidatos van sumando sus compromisarios obtenidos en los distintos estados. Como el número total de compromisarios sorteados en la totalidad de los estados es de 538, para que un candidato se alce con la presidencia de los Estados Unidos debe al menos superar la barrera de los 270 electores en los que se sitúa la mayoría absoluta. 

Actual mapa electoral de Estados Unidos con los compromisarios correspondientes a los distintos estados
Este reparto ha generado importantes críticas, pues muchos no dudan en tildarlo de antidemocrático (al fin y al cabo, se puede dar la paradoja de que un candidato venza en votos pero pierda la presidencia por no obtener el número necesario de compromisarios para ser elegido. Esto mismo ha sucedido en algunas ocasiones, la más reciente en el año 2000 cuando Bush fue elegido presidente de los Estados Unidos perdiendo en número total de votos). Sin embargo, el sistema ha continuado en funcionamiento sin ninguna alteración, exceptuando las variaciones en representación de cada estado en función de su evolución demográfica (Texas por ejemplo, pasó de tener 34 compromisarios en las elecciones del 2008 a 38 en las de 2012 debido al alto crecimiento de su población en relación al resto del país).

Este peculiar sistema electoral, ha permitido victorias aplastantes a algunos candidatos a lo largo de la historia. En los comicios de 1936, por ejemplo, el candidato demócrata Roosevelt se alzó con el 60% del voto a nivel nacional y consiguió 523 compromisarios (prácticamente la totalidad de los electores en juego) ya que logró imponerse en 46 estados frente a su contrincante Alf Landon que, aún consiguiendo el 36% del apoyo popular, obtuvo tan solo la exigua cifra de 8 electores. En el extremo opuesto, Richard Nixon o Ronald Reagan obtuvieron para el Partido Republicano victorias espectaculares en las que prácticamente se hicieron con el control de todos los compromisarios en juego. De hecho, tales abrumadoras mayorías republicanas fueron la regla general de las elecciones presidenciales de los años 70 y 80 del siglo XX.

El cambio tan radical de escenarios entre unas y otras elecciones era posible gracias a la oscilación que experimentaban los partidos en los distintos estados. Sin embargo, a partir de la victoria de Bill Clinton en 1992 (y de forma más acusada a partir del 2000) se produce un cambio fundamental en la dinámica electoral estadounidense que va a perdurar hasta nuestros días. Desde ese momento, se van a consolidar los Red States republicanos y los Blue States demócratas, es decir, estados que siempre votan por el mismo partido elección tras elección. Como podemos apreciar en el siguiente mapa, esta raigambre territorial no era tan destacada con anterioridad. 
El mapa muestra los resultados electorales desde 1952. Los estados señalados en rojo representan una victoria republicana, frente a los azules que corresponden a los demócratas.
Tal y como ponen de manifiesto los mapas que acabamos de ver, los estados del nordeste (Nueva York, Pensilvania, Massachusetts, Vermont, etc.), los de la costa del Pacífico (California, Oregón, Washington) y los situados en torno a la región de los grandes lagos (Minnesota, Wisconsin, Michigan...) se han convertido en bastiones de los demócratas. Por el contrario, estados del interior y del sur como Texas, Arizona, Kentucky, etc. se inclinan por votar siempre al candidato republicano. Aunque nos pueda sorprender la amplia extensión de territorios que cubren estos últimos estados, teniendo en cuenta que en su mayor parte carecen de grandes densidades de población, esto deja a los republicanos en una situación de desventaja numérica a priori, puesto que, si sumamos los electores de los Blue States demócratas, obtenemos una cifra considerablemente más elevada que los de los Red States republicanos. Las razones que nos permiten explicar esta tendencia electoral presente desde hace más de 20 años son complejas y se encuentran relacionadas con numerosos factores que diferencian a los electorados de los distintos estados (demográficos, raciales, religiosos, riqueza, etc.)

Sin embargo teniendo en cuenta solo los bastiones de los dos partidos, ninguno de ellos llegaría a alcanzar la mayoría absoluta necesaria. Por lo tanto, para alzarse con la victoria, deben cortejar también a los pocos estados restantes: los llamados Swing States.  Son los únicos que van alternando su voto elección tras elección y pueden decantar la carrera presidencial. Entre ellos encontramos a estados como Ohio, Virginia, Nevada, Colorado, Florida, etc. De todos los Swing States, el más decisivo suelo ser este último ya que por su población se sortea la jugosa cifra de 29 compromisarios. Por este motivo, Florida ha sido el estado determinante en numerosas elecciones. En el 2000, por ejemplo, George Bush venció a su oponente Al Gore gracias a su victoria en Florida por un puñado de votos (aunque muchos pondrían en tela de juicio el resultado apuntando a un posible pucherazo).

En la carrera presidencial de este año, esta tendencia histórica se mantiene por lo que Hillary Clinton parte con una ligera ventaja numérica en compromisarios, con respecto a su adversario, aunque de nuevo, el resultado final lo decidirán los Swing States.

No obstante, otros factores históricos tienden por el contrario, a favorecer a Donald Trump. Por lo general, el partido que ha gobernado durante dos legislaturas seguidas, suele ser castigado en las urnas en los siguientes comicios. La última vez que un partido consiguió una tercera victoria consecutiva fue en las elecciones de 1988. Por otro lado, aunque en la historia de los Estados Unidos ha habido presidentes que se han presentado a la reelección en más de una ocasión (Roosevelt por ejemplo ganó cuatro elecciones seguidas), en la vigesimosegunda enmienda de la Constitución ratificada en 1951, se estableció que ningún candidato podría presidir el país durante más de dos legislaturas. Por este motivo, aunque probablemente obtendría la reelección en caso de presentarse, Obama se retira de la presidencia para siempre.

Al mismo tiempo, aunque la historia electoral nos sirva para comprender posibles tendencias en este ciclo electoral, lo cierto es que estas elecciones son, hasta cierto punto, imprevisibles. Esto se debe principalmente a la naturaleza de ambos candidatos.

Desde el punto de vista del Partido Demócrata, la excepcionalidad de las elecciones del 2016 se manifestó desde la misma campaña de las primarias. En esta contienda, la actual candidata a la presidencia Hillary Clinton, tuvo que medirse con un adversario atípico: el senador de Vermont Bernie Sanders. Sanders ha representado una auténtica revolución en el panorama político de los demócratas, puesto que por primera vez, un candidato que se definía a sí mismo abiertamente socialista, ha conseguido un apoyo masivo a lo largo del país, especialmente entre los votantes más jóvenes. El entusiasmo que despertó la candidatura de Sanders demuestra que se ha producido un cambio fundamental en la manera de entender la política en un país tradicionalmente ultraneoliberal. En el futuro podremos comprobar cuál es el alcance de dicho cambio. Frente a la movilización de Sanders, Hillary Clinton quiso presentarse a sí misma como el cambio progresivo (es decir, moderado), continuador del legado de Obama. En este sentido, la experimentada política representaba la alternativa preferible para el establishment y por otro lado, su candidatura traía una importantísima novedad histórica al panorama electoral norteamericano al convertirse en la primera mujer en aspirar a la presidencia del país. Hillary despierta sin embargo, pocas simpatías en el electorado de los Estados Unidos. Su imagen se ha visto salpicada por una serie de escándalos (incluido el oscuro proceso de selección que la encumbró como candidata a la presidencia), de forma que pocos confían en su palabra y tiene uno de los índices de popularidad más bajos de la historia. Por suerte para la antigua Secretaria de Estado, su oponente es aún más impopular que ella.

Probablemente sobren las presentaciones para un personaje tan polémico como Donald Trump. El magnate neoyorquino ha centrado la controversia en esta campaña electoral al presentarse como uno de los candidatos a la presidencia más peligrosos de la historia de los Estados Unidos. De estilo agresivo, xenófobo, racista, machista y homófobo, su campaña está incidiendo en la progresiva polarización del país. A través de su intolerante discurso, Trump traza una imagen apocalíptica del declive estadounidense para presentarse a sí mismo como el salvador de la nación a través de un gobierno basado en la ley y el orden. En resumen, Trump exhibe sin ningún pudor una concepción autoritaria que ha hecho estremecer hasta a algunos miembros de su propio partido. De hecho, podemos considerar que Donald es un republicano bastante atípico. Trump, por ejemplo, apunta a una política aislacionista y proteccionista que rompe con las tendencias generales de sus predecesores.

El slogan de Trump "Make America great again" (Haced a América grande de nuevo) demuestra el tipo de nacionalismo agresivo del que hace gala el republicano, similar al de otras fuerzas de ultraderecha europeas

La lista de los peligros de una hipotética presidencia del multimillonario no se acaban aquí. Trump es un negacionista convencido del cambio climático, presume de querer imponer un inmenso recorte de impuestos a las grandes fortunas de su país (impuestos que él mismo alardea de haber evadido durante años) y por supuesto, la mayor parte de sus propuestas violan todos los derechos humanos imaginables (recordemos por ejemplo, su plan de prohibir la entrada a Estados Unidos a los musulmanes o el de obligar al gobierno mexicano a pagar por la construcción de un gigantesco muro en la frontera). No cabe duda de que una presidencia de Donald Trump nos situaría ante un mundo todavía más peligroso que el que hoy conocemos.

Ante este panorama, muchos nos preguntamos por el sorprendente ascenso de esta figura política. Sin duda, el discurso de Donald Trump es absolutamente irracional y se apoya en la mentira sistemática. Sin embargo, no debemos olvidar que el poder de este tipo de discursos no se basa en su racionalidad. Tal y como sucedió durante la campaña del Brexit, los discursos emocionales dirigidos contra el establishment son capaces de imponerse a los argumentos racionales. La respuesta de amplios sectores de la población en épocas de incertidumbre suele ser la de refugiarse en promesas conservadoras y autoritarias que prometen el retorno a la estabilidad a cambio de sacrificar derechos fundamentales. El miedo permite la manipulación de la opinión pública, esto resulta evidente.

La confluencia de todos estos factores, impiden predecir con claridad el resultado final de las elecciones. Aunque es cierto que se mantienen algunas tendencias consolidadas, los cambios pueden ser inesperados e incluso, es posible que algún bastión cambie de color por primera vez en décadas (hay quienes sugieren que la campaña demócrata se está centrando en tradicionales Red States como Arizona o Georgia). Por lo tanto, tendremos que mantenernos al borde del precipicio, al menos hasta el 8 de noviembre.

Son sin duda, unas elecciones tristes. La impopularidad de Hillary lleva a amplios estratos de la sociedad a apoyar a Trump y viceversa. Por suerte para nosotros, la creciente complejidad demográfica de los Estados Unidos no beneficia al republicano. En estos momentos, Trump es apoyado mayoritariamente por los varones blancos estadounidenses, pero por el contrario, las encuestas demuestran que es incapaz de cortejar a una mayoría de mujeres, así como a las distintas minorías raciales. Su discurso de odio, le impide el acceso a amplios sectores de votantes y por este motivo, Clinton tiene una posibilidad de vencer. Todo dependerá de la participación de los votantes, de comprobar hasta qué punto la demócrata ha sido capaz de movilizar a los partidarios de la revolución de Sanders. Es un hecho que su desconexión con los votantes jóvenes es manifiesta, pero por suerte para ella, muchos la siguen considerando un "mal menor". Por lamentable que parezca, es la única esperanza que nos queda. Así que, solo podemos decir: Good luck Hillary Clinton.






domingo, 25 de septiembre de 2016

OPORTUNIDADES PERDIDAS DE NUESTRA HISTORIA II: ANÍBAL BARCA, LA PEOR PESADILLA DE ROMA

Uno de los acontecimientos más decisivos en nuestra historia fue sin duda el enfrentamiento entre las dos grandes potencias del Mediterráneo en la Antigüedad: Roma y Cartago. Las llamadas Guerras Púnicas abrieron el camino a la formidable expansión de Roma que acabó culminando en la creación de un imperio latino que creó la base cultural sobre la que se desarrollarían los futuros países europeos. 

En primer lugar, cabe destacar que la expansión romana no fue un proceso rápido ni uniforme, sino que su radio de acción se fue ampliando progresivamente a lo largo de siglos. No obstante, el momento clave en el que el proceso comenzó a acelerarse fue a partir de la derrota de su mayor rival: Cartago. 

Los cartagineses eran, a mediados del siglo III a.C., la mayor potencia naval del Mediterráneo Occidental. Su ciudad Cartago descendía de una antigua colonia fenicia llamada Tiro, que había sido fundada en las costas del Norte de África. Con el transcurso del tiempo, la ciudad de Cartago fue creciendo hasta convertirse en el centro de una poderosa civilización cuya influencia se extendía desde las costas norteafricanas hasta el sur de la Península Ibérica, así como a lo largo de numerosas islas del Mediterráneo (las Baleares, Sicilia, Córcega y Cerdeña). Cartago contaba con una posición geoestratégica inmejorable, una flota de guerra permanente y uno de los mayores puertos del mundo. 

Por su parte, Roma también había ido creciendo desde su fundación expandiéndose a lo largo de la Península Itálica a partir de numerosos enfrentamientos con sus enemigos locales. Su dominación de Italia culminó con la conquista de las ciudades-estado independientes de la Magna Grecia tras el fin de las Guerras Pírricas (280-275 a.C.). 

Situación en el Mediterráneo Occidental al comienzo de la Primera Guerra Púnica (264 a.C.)
Con el crecimiento de ambos, el conflicto de intereses y el enfrentamiento por el dominio del mar se hicieron inevitables. La ruptura de hostilidades se produjo en el 264 a.C. con el estallido de la Primera Guerra Púnica, cuya acción se centró especialmente en la ocupación de Sicilia. Aunque al inicio del conflicto, Cartago poseía una superioridad naval innegable, cuando terminó la guerra en el 241 a.C. Roma había conseguido alzarse con la victoria tras un extraordinario crecimiento de su flota marítima. La derrota cartaginesa supuso su desalojo definitivo de Sicilia y las islas contiguas que pasaron a manos romanas. 

Finalizada la guerra, Cartago entró en una profunda crisis económica, al ser incapaz de hacer frente a las indemnizaciones de guerra impuestas por los romanos y al pago de los mercenarios que había utilizado en la guerra. El descontento de estos últimos derivó en una insurrección a la que se unieron las guarniciones de Cerdeña. La llamada guerra de los Mercenarios constituyó un crudo enfrentamiento civil que fue aprovechado por Roma para arrebatarle a Cartago las islas de Córcega y Cerdeña aprovechando su debilidad interna. Aunque esto suponía una violación del tratado de paz recientemente alcanzado, de nada sirvieron las quejas púnicas a Roma que amenazó con declararles nuevamente la guerra si no le cedían inmediatamente el control de ambas islas. Finalmente, los ejércitos cartagineses liderados por Amílcar Barca consiguieron sofocar la insurrección de los mercenarios aunque las pérdidas económicas y humanas fueron enormes. 

Para superar las consecuencias de la crisis de los mercenarios y las pérdidas territoriales, Amílcar Barca proyectó entonces la expansión por los territorios de la Península Ibérica que se encontraban al margen de las prohibiciones impuestas por Roma en el tratado de paz. De esta forma, en el 237 el general cartaginés conquistaba el valle del Guadalquivir y la región minera de Sierra Morena, consiguiendo así, áreas ricas en recursos naturales. Tras el fallecimiento de Amílcar, su yerno Asdrúbal le sucedió al frente de las operaciones. Bajo su mandato, se consolidaron las nuevas posesiones cartaginesas a través del acercamiento a los reyezuelos indígenas y se sentaron las bases de la organización cartaginesa en la Península Ibérica con la fundación de un nuevo centro político administrativo: Qart Hadasht (que luego sería conocida como Carthago Nova y se corresponde con la actual ciudad de Cartagena). 

La recuperación cartaginesa produjo un enorme recelo en Roma. De esta forma, los romanos envían en el 226 a.C. una embajada que negocia con Asdrúbal un tratado en el que se fijan los límites a la expansión cartaginesa en la Península Ibérica. En virtud del acuerdo, Cartago solamente podría extenderse hasta el sur del río Ebro. 

Aníbal Barca 
Finalmente Asdrúbal fallece en el 221 a.C., pasando a asumir el mando del ejército el hijo de Amílcar, Aníbal Barca. Nada más subir al poder, el nuevo general inicia el asedio de la ciudad de Sagunto que se rinde tras 8 meses de resistencia. Aunque la ciudad se encontraba al sur del Ebro y, por lo tanto, en el área de expansión teóricamente cartaginesa, Sagunto era una ciudad aliada de Roma. Todo apunta a que Roma dejó caer a su aliada para poder contar con un pretexto que le permitiese declarar la guerra a Cartago. Fuera como fuese, la Segunda Guerra Púnica se inició en el 218 a.C. 

A diferencia de la situación vivida en la Primera Guerra Púnica, ahora el control del mar le correspondía de forma indiscutida a Roma, que planeaba un doble desembarco en África y en la Península Ibérica. Aníbal,  plenamente consciente de que la presencia de Roma en Iberia podría desembocar en el levantamiento de las tribus locales decide llevar la contienda a suelo italiano. Ante la imposibilidad de llegar hasta la Península Itálica por mar, Aníbal toma una decisión inaudita: llevar a cabo una invasión terrestre, atravesando los Alpes. Así pues, en el 218 a.C. el cartaginés parte con un gran ejército hacia el norte. 

Los romanos, que en ese momento se encuentran en una situación compleja ante el estallido de una rebelión de los galos en el Valle del Po, deciden intentar detener a Aníbal en su travesía. Escipión trata de detener a las tropas de Aníbal en la costa a la altura del Ródano, pero Aníbal consigue burlar las defensas romanas al adentrarse hacia el interior y atravesar el río lejos de su desembocadura. 

Es entonces cuando Aníbal llevó a cabo una de las mayores hazañas de la historia universal. Ante la sorpresa de sus enemigos, atravesó las cumbres de los Alpes con su ejército. El frío helador y las durísimas condiciones del trayecto hicieron perecer a miles de soldados y a la inmensa mayoría de elefantes que les acompañaban. Sin embargo, esta arriesgada maniobra le permitió adelantarse a los movimientos de sus enemigos y entrar repentinamente en territorio italiano. 


Aníbal cruzando los Alpes 

El romano Escipión se encamina entonces hacia el Valle del Po para hacerse cargo de la legión allí asentada y detener a Aníbal. El Senado romano toma la decisión de posponer los planes de invasión de África y envía a Sempronio al mando de dos legiones a modo de refuerzo. Sin esperar la legada de estos refuerzos, Escipión acude al encuentro con Aníbal y éste lo derrota en la batalla de Tesino. Los romanos se ven obligados a retirarse hacia el sur del Po y acampan en las orillas del Trebia, donde se les unen las tropas de Sempronio. No obstante, Aníbal vuelve a infligirles una severa derrota. El paso victorioso de los ejércitos de Aníbal consigue de esta forma, unir a su causa a los galos rebeldes que le ven como una opción viable para combatir el expansionismo romano. 

Aníbal prosigue entonces en su avance hacia Roma y, tras cruzar los Apeninos, vuelve a derrotar a los romanos en el lago Trasimeno. Esta última derrota de Roma condujo al nombramiento de Quinto Fabio Máximo como dictador con el propósito de aniquilar a los cartagineses. Escarmentado por las 3 derrotas anteriores, decide cambiar de estrategia optando por evitar el enfrentamiento en campo abierto con Aníbal (donde se considera que el formidable general resulta imbatible) pero manteniendo un acoso constante para obligar al cartaginés a permanecer en movimiento y agotarle mientras Roma recupera su vigor. El cambio de rumbo pareció dar resultado e incluso el cartaginés cometió un error que estuvo a punto de costarle la derrota. Mientras Aníbal estaba saqueando Campania, Fabio consiguió atraparle en un profundo valle. Para conseguir escapar de la trampa, Aníbal ideó una estratagema brillante: envió por la noche a un grupo de bueyes con antorchas atadas a sus cuernos de forma que, cuando los soldados que le cerraban el paso a Aníbal vieron el fuego, creyeron que se trataba del general púnico poniéndose en movimiento, por lo que abandonaron su posición para dirigirse hacia la trampa. Aprovechando que el paso había quedado libre gracias al engaño, Aníbal aprovechó para huir inmediatamente. 

Desesperados por los continuos triunfos de Aníbal, los romanos escogieron como nuevos cónsules a Emilio Paulo y Terencio Varrón, confiándoles un enorme ejército de más de 70.000 hombres con el que esperaban obtener una victoria definitiva. Aníbal logró entonces una nueva hazaña que quedaría registrada en los libros de historia: en una situación de gran inferioridad numérica, aplastó a los ejércitos romanos en la batalla de Cannas (216 a.C.) gracias al uso de una increíble maniobra envolvente. El genio militar cartaginés consiguió con esto infligir a Roma la mayor derrota de su historia. 
Esquema de la batalla de Cannas
Con la victoria al alcance de su mano, Aníbal tomó una decisión inesperada que ha suscitado un intenso debate en los historiadores: no conquistar la ciudad de Roma en su momento de máxima debilidad. A partir de este momento, los romanos deciden tras el desastre volver a la estrategia de evitar la confrontación directa y Aníbal busca una salida al mar hacia el sur para poder recibir refuerzos de Cartago (lo cual consigue en los puertos de Locri y Crotona). El tiempo transcurre mientras Aníbal sigue cosechando numerosas victorias en la zona meridional de la Península Itálica y los romanos se centran en la recuperación de la Campania. 

Publio Cornelio Escipión, hijo del general al que Aníbal había derrotado al comienzo de la guerra, se puso al mando de las legiones en Hispania en el 210 a.C. y gracias al apoyo de numerosas tribus indígenas, consiguió concluir la conquista de Carthago Nova. Posteriormente, avanzó sobre el valle del Guadalquivir, logrando de esta forma expulsar a los cartagineses de la Península Ibérica. 

Mientras tanto, el dominio de Aníbal en territorio italiano se iba reduciendo al extremo meridional de la península. Aunque permanecía invicto y capaz de vencer en cualquier batalla, su presencia ya no suponía una grave amenaza para Roma que había sido capaz de acorralarle y recuperarse de sus anteriores pérdidas. En el 204 a.C., Escipión hijo desembarcaba en África al mando de un poderoso ejército amenazando a la propia ciudad de Cartago. Ante esta situación, el Gobierno cartaginés reclamó el auxilio de Aníbal. Sin embargo, aunque Aníbal consiguió llegar a las costas africanas, Escipión derrotó definitivamente a sus ejércitos en la batalla de Zama. 

Aníbal, el general invicto que no había perdido una sola batalla en suelo italiano, fue derrotado finalmente en la guerra. No obstante, esto no debe ensombrecer los impresionantes logros de este personaje. Admirado por todos sus coetáneos (incluidos sus enemigos) y por los historiadores de generaciones posteriores, Aníbal consiguió hacerse un hueco entre los grandes personajes de la historia universal. 

El final de la Segunda Guerra Púnica supuso en la práctica el fin de la amenaza sobre Roma. Se produjo la consolidación definitiva de la hegemonía romana en el Mediterráneo mientras que Cartago quedó reducida a una potencia menor en el norte de África que acabaría siendo arrasada y conquistada por Roma en el 147 a.C. Con la desaparición de Cartago, Roma tuvo el camino abierto para crear un imperio mediterráneo de magnitudes nunca vistas con anterioridad. Y esto, no lo olvidemos, fue uno de los procesos que más determinaron nuestra historia y cultura. 


Mapa con las consecuencias territoriales de las Guerras Púnicas