Los debates económicos que inundan nuestra sociedad actual, el neoliberalismo, el crecimiento de la desigualdad, las privatizaciones de servicios públicos, la aparente inviabilidad del Estado del Bienestar y el aumento constante de la deuda de los países (entre muchos otros), nos invitan a reflexionar sobre el origen de muchos de estos problemas, cuyas consecuencias experimentamos a diario.
Tal y como describimos en una entrada anterior, finalizada la Segunda Guerra Mundial se extendió en los países occidentales un compromiso en materia económica conocido como el Consenso Keynesiano (en referencia a las tesis del economista John Maynard Keynes en las que se inspiraba). En líneas generales, el keynesianismo implicaba una activa intervención de los gobiernos en la economía de sus países. Frente a la teoría de la "mano invisible" de Adam Smith y el liberalismo clásico, los gobernantes de la posguerra mundial fueron conscientes de que resultaba imprescindible evitar que las constantes fluctuaciones del mercado llegaran a derivar en una crisis similar al crack de 1929, que pudiera en última instancia afectar gravemente la estabilidad social. Decidieron que el Estado emplearía todos los recursos a su alcance para compensar estos altibajos. De esta forma, los gobiernos nacionalizaron sectores estratégicos en la economía y extendieron las prestaciones sociales básicas creando los modernos estados del bienestar. En un mundo bipolar marcado por la Guerra Fría, el capitalismo se vio abocado a reformarse en profundidad para reducir en la medida de lo posible la lacra de la desigualdad económica e impedir así el avance de sus rivales comunistas.
El sistema se mantuvo sin alteraciones fundamentales durante décadas de extraordinario crecimiento, expansión y aumento generalizado de los salarios. Todos los partidos políticos que se alternaban en el poder respetaban esta filosofía económica.
La etapa de prosperidad que había comenzado tras la guerra, parecía no tener fin. El sistema keynesiano aparentemente contaba con una fórmula que neutralizaba los posibles problemas de la economía. Según la teoría de Keynes, la vida económica estaba determinada por una variable a la que denominaba demanda global. Cuando ésta era demasiado baja, el principal problema que surgía en una economía era el desempleo. Por el contrario, si la demanda global de una sociedad resultaba excesiva, se produciría una situación inflacionaria. Sin entrar en tecnicismos económicos, resulta fácil de comprender esta relación según la tradicional ley de la oferta y la demanda: a mayor demanda, mayor incremento de los precios de los bienes de consumo. Ante esta obviedad, la misión del Estado será actuar para evitar el exceso o la insuficiencia de la demanda global. Así, cuando haya desempleo por insuficiente demanda, se buscará incrementarla y para ello:
- Se disminuirán los impuestos directos para aumentar la renta de las familias y reactivar así el consumo
- Se aumentará el gasto público por parte del Estado
- Se fomentarán las exportaciones reduciendo el tipo de cambio
- Se incrementará la inversión reduciendo el coste del dinero para incentivar a las empresas
Cuando por el contrario, se pase de la destrucción de empleo a una creciente inflación, el gobierno deberá reducir el exceso de demanda aplicando las recetas opuestas a las que acabamos de hacer referencia. Por lo tanto, parecía haberse encontrado la solución a los dos grandes problemas de la economía: el paro y la inflación.
Keynes (a izquierda) y Hayek (a derecha) representan el enfrentamiento entre dos formas radicalmente opuestas de entender el papel del Estado en la economía |
¿Significa esto que el consenso keynesiano era compartido por todos? Lo cierto es que no. Existían algunos opositores que formulaban sin demasiado éxito sus propias teorías económicas. Una de las figuras más destacadas en su ataque a la economía planificada era el austríaco Friedrich Von Hayek. Para este autor, cualquier atisbo de intervención estatal en la economía tenía peligrosas resonancias de totalitarismo. En su obra Camino a la servidumbre (1944) argumentó que sin liberalismo económico, no habría libertad individual. El socialismo, según Hayek, desembocaba necesariamente en totalitarismo. Hayek protagonizó ya en sus años de juventud duros enfrentamientos con Keynes. Si para el austríaco el socialismo y el fascismo representaban males idénticos relacionados con la planificación económica central, Keynes le replicaba que el auge del nazismo no se debía a un gobierno de gran tamaño sino al paro a gran escala y el fracaso del capitalismo clásico.
Durante las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el auge de la socialdemocracia y la cara amable del capitalismo keynesiano marginaron las tesis de Hayek y los que como él se oponían a la participación activa del Estado en la economía.
Sin embargo, el período dorado del capitalismo de posguerra no iba a ser eterno. En 1973, un suceso inesperado trastocó de forma irreversible las economías del mundo. La Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo decidió castigar a Estados Unidos y sus aliados occidentales por su apoyo a los israelíes en la Guerra de Yom Kipur, en la que se enfrentaban Israel contra Egipto y Siria. El embargo establecido para los envíos de petróleo hacia los países occidentales, repercutió en un aumento espectacular de sus precios. Puesto que las economías industrializadas dependían muy estrechamente del suministro de crudo, esto tuvo consecuencias dramáticas para sus economías.
Precios del petróleo desde 1861 |
A partir de este momento, comenzó una crisis que Keynes no había podido prever (el economista británico había muerto en 1946). A una situación de desempleo se le unió una inflación galopante. Como vimos anteriormente, según el modelo keynesiano la convivencia de ambos problemas representaba un panorama inimaginable puesto que se producían por dos coyunturas económicas excluyentes (excesiva o insuficiente demanda global) y se combatían mediante recetas diametralmente opuestas. Sin embargo, en 1973 la inflación que experimentó occidente ya no se derivaba de una excesiva demanda, sino de un espectacular aumento de los costes de producción producido por el embargo de petróleo. Es entonces cuando se generaliza un nuevo término conocido como estanflación: estancamiento económico unido a una situación inflacionaria.
Ante este panorama, las recetas de Keynes ya no daban solución a los problemas existentes. Se volvió entonces de nuevo la mirada sobre sus opositores. Las tesis de Hayek quedaron recogidas por los Chicago Boys, una escuela de economistas liberales salidos de la Universidad de Chicago y dirigida por Milton Friedman. Ellos consiguieron impulsar una nueva doctrina económica: el neoliberalismo. Frente a la economía de los años dorados, los neoliberales propusieron que se dejase en manos privadas el mayor número de actividades económicas posible. Rechazaban la intervención del Estado en la economía, defendiendo un amplio programa de privatización de empresas públicas. Para ellos, los agentes privados eran más eficientes que los públicos, por lo que el Estado debía reducir su tamaño para dejar que fuera el sector privado el encargado de generar la riqueza. Consecuentemente, se adoptarían políticas fiscales restrictivas y se reduciría drásticamente el gasto público. En relación con el derecho laboral, fueron los neoliberales los que acuñaron un término que nos resulta muy familiar: la "flexibilización laboral", que en definitiva equivale a la eliminación de regulaciones a la actividad económica. En resumen, los economistas neoliberales protagonizaron un retorno a las doctrinas clásicas del laissez-faire, es decir, de la desregulación del mercado frente a la economía mixta keynesiana.
El primer lugar donde los Chicago Boys experimentaron sus tesis fue en el Chile de Pinochet. Allí, se pusieron por primera vez en marcha las políticas de privatizaciones que posteriormente se irían extendiendo por los países occidentales. La convivencia entre una dictadura enormemente represora y el liberalismo económico más descarnado desmintió el sagrado binomio neoliberalismo-libertad planteado por Hayek.
En los 80, el ascenso al poder de Margaret Thatcher en Reino Unido y Ronald Reagan en Estados Unidos supuso el momento de apogeo del neoliberalismo en el mundo anglosajón. Gran Bretaña, el primer lugar de Europa donde se había comenzado a implantar tras la Segunda Guerra Mundial el Estado del Bienestar, sufrió en sus propias carnes la cara más dura del neoliberalismo. A las privatizaciones masivas de servicios públicos y la consecuente reducción del Estado, se le unió el enfrentamiento abierto que mantuvo la primera ministra con los sindicatos obreros de su país. Especialmente crítica fue la situación durante la huelga de los mineros de 1984-1985. Probablemente la recordéis los que hayáis visto la película Billy Elliot, en la que el padre del protagonista pertenece al colectivo que se vio involucrado en ella. Lo cierto es que la huelga de mineros fue un conflicto tenso, durísimo para los obreros que mantuvieron la resistencia durante meses, sometidos a una gran violencia policial y a serias dificultades de financiación. La huelga culminó con la victoria sin paliativos de Thatcher y un enorme debilitamiento de los sindicatos que hasta ese momento habían jugado un papel fundamental en Reino Unido. El modelo inglés se implantó con tal fuerza que el thatcherismo dividió en dos a la sociedad británica, entre los detractores y los admiradores de la primera ministra.
El neoliberalismo de Thatcher y Reagan aceptaba como algo natural la desigualdad en la sociedad y la reducción drástica del gasto social, frente a la tendencia que había mostrado la socialdemocracia europea por aspirar al ideal de la igualdad relativa. Frente a la idea del estado providencia, asumen que el Estado debe limitarse a funciones de seguridad y orden.
El neoliberalismo se fue extendiendo progresivamente por todos los países europeos en mayor o menor medida. Es cierto que la reputación y popularidad de los antiguos estados del bienestar han impedido en muchos casos su absoluto desmantelamiento pero las intenciones han sido claras. En nuestro país, los exponentes del neoliberalismo más radical los podemos encontrar en figuras por todos conocidas como Esperanza Aguirre, quien ha afirmado sentir una gran admiración por la dama de hierro.
Por si el envite del neoliberalismo no fuera suficiente, la caída de la URSS a comienzos de los años 90 supuso una auténtica conmoción para la izquierda de todo el mundo. Con la desaparición de la amenaza soviética, el capitalismo se alzó triunfante y el comunismo quedó reducido a unos pocos países que se encontraban en una situación precaria sin su antiguo valedor. Los neoliberales proclamaron entonces que había quedado demostrado que su sistema era el único válido, que el comunismo había fracasado, solamente traía miseria y había sido el capitalismo que ellos defendían la única garantía de prosperidad en la sociedad. La historia les había dado la razón. El discurso creo que lo conocemos muy bien. Se ha impuesto desde entonces un modelo de pensamiento único que trata de censurar cualquier atisbo de crítica hacia el sistema económico actual. El neoliberalismo rehuye del debate, se limita a desprestigiar al contrario, reduce su visión a una lógica bipolar de buenos y malos, ignorando por otro lado a los partidarios de las economías mixtas aduciendo que resultan insostenibles.
Así hemos llegado a una situación crítica que ha quedado de manifiesto tras la crisis del 2008. El constante aumento de las desigualdades está creando sociedades más polarizadas, más frustradas e inseguras. La crisis de los antiguos partidos políticos que hoy vivimos en todo Occidente, se vincula con la incapacidad que éstos han demostrado por atajar el problema. El austericidio y las recetas neoliberales han comenzado a poner las bases de su propia destrucción. Parecen haber olvidado que una sociedad más igualitaria es también una sociedad más cohesionada. Muchos afirman que resulta inviable revivir el milagro keynesiano en nuestras sociedades actuales y en el mundo globalizado que tenemos y quizá tengan parte de razón. Se hace imprescindible pues reflexionar para que la izquierda vuelva a encontrar su lugar y su discurso en este panorama incierto, para no sucumbir ante la dictadura del pensamiento único. Mientras tanto, en medio del desconcierto actual, debemos recordar que los momentos más turbulentos, son también los más idóneos para el cambio.
Vídeos de interés:
Vídeo corto en el que se explica con mucha claridad los fundamentos de la teoría keynesiana
La pelea del siglo: Keynes contra Hayek