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domingo, 10 de julio de 2016

CLEOPATRA, MÁS ALLÁ DEL MITO

Me ilusiona poder compartir con vosotros la apasionante historia de una figura que me ha acompañado bastante tiempo en mis lecturas: Cleopatra. Sobran las presentaciones en el caso de un personaje tan afamado que ha sido retratado hasta la saciedad en el cine. Mujer enigmática, para muchos la pura representación de la sensualidad y la erótica del poder. A pesar de ello y como veremos, la visión que se nos ha transmitido de ella en la cultura popular no siempre ha sido la más rigurosa. Es nuestro trabajo pues, tratar de desentrañar el verdadero personaje de Cleopatra a través de su biografía. 

Cleopatra VII - pues aunque no le solamos añadir el ordinal detrás, en realidad era la séptima de su familia -  pertenecía al linaje de los Ptolomeos que gobernaban Egipto desde la muerte de Alejandro Magno. El conquistador macedonio había llegado en sus espectaculares campañas hasta Egipto, donde había fundado la ciudad de Alejandría. A la muerte de Alejandro, su enorme imperio fue dividido entre sus generales (los diádocos) de manera que Ptolomeo se convirtió en el nuevo soberano de Egipto.

Reparto del imperio de Alejandro Magno
Así dio comienzo la dinastía ptolemaica que gobernó Egipto desde el 323 a.C. hasta el 20 a.C. fecha de la muerte de nuestra protagonista. Durante este período, Egipto se consolidó como un reino próspero y su nueva capital, Alejandría, se convirtió en una de las principales urbes del mundo. Con una actividad comercial frenética, un imponente faro que se contaba entre una de las grandes maravillas del Mundo Antiguo y una espléndida biblioteca que constituía el principal centro del saber de la época, la luz de Alejandría brillaba por todo el Mediterráneo.

Las generaciones de la dinastía se fueron sucediendo y mientras Egipto continuaba su propio camino, la emergencia de un nuevo poder transformó radicalmente la situación de todos los Estados del Mediterráneo. Los romanos, tras vencer a los cartagineses en la guerras púnicas (264-146 a.C.), comenzaron un proceso de expansión que les encumbró como la principal potencia del momento. Desde la Península Itálica, Roma se extendió a este y oeste conquistando la Península Ibérica, la Galia, Grecia, el norte de África, Anatolia (actual Turquía) y el corredor siriopalestino. De esta forma, cuando Cleopatra accediese al trono de Egipto, su reino sería uno de los últimos reductos independientes de la cuenca mediterránea.

Si bien el poder de Roma constituía una clara amenaza para el Egipto independiente, no es menos cierto que algunos de sus gobernantes llevaron a cabo políticas nefastas que contribuyeron a empeorar la situación. El padre de Cleopatra, Ptolomeo XII, también conocido como Auletes (en referencia al aulós, la flauta que solía tocar en público), era un rey entregado a las fiestas, los banquetes y la bebida. Atemorizado por la creciente oposición que había hacia su persona y la delicada relación que mantenía con los romanos (a los que su predecesor había cedido la tutela de Egipto en su testamento), Ptolomeo XII recurría a constantes sobornos para ganarse apoyos y mantenerse en el poder a toda costa. Para poder pagar a sus aliados, el rey contraía deudas con prestamistas romanos y aumentaba la presión fiscal sobre los campesinos del reino, medida que en épocas de malas cosechas incrementaba el malestar de la población. Junto a la indignación de su pueblo, Ptolomeo XII se veía acosado por las intrigas familiares e incluso en el 58 a.C. se vio forzado a abandonar Egipto y huir a Roma por una rebelión encabezada por su hija Berenice IV. No obstante Auletes, con la ayuda de sus amigos romanos, consiguió volver y ordenó la ejecución de su hija rebelde.

Cleopatra se crió en este ambiente de crispación popular y tensiones en el seno de su familia. A pesar de ello, su formación fue muy completa. La princesa fue instruida en diversas disciplinas como la medicina, la astronomía, la literatura o las matemáticas. Además, era capaz de hablar un gran número de idiomas, incluido el egipcio, lo cual la convertía en el único miembro de toda la dinastía ptolemaica en hablar la lengua de su pueblo (no olvidemos que los Ptolomeos eran griegos y recibían una formación acorde con ello). Y es que si por algo brilló Cleopatra, fue por su inteligencia y erudición.

Cuando Ptolomeo XII murió en el 51 a.C. accedieron al trono de Egipto una jovencísima Cleopatra y su hermano Ptolomeo XIII que apenas era un niño. En los primeros momentos de su reinado, Cleopatra trató de impulsar medidas para paliar la dura crisis que atravesaba su reino. El pueblo de Alejandría sufría escasez, una alta inflación y elevados impuestos. Aunque su hermano, al ser varón, debería haber asumido el rol dominante de la pareja real de acuerdo a la costumbre de la época, su minoría de edad le obligaba a delegar sus funciones en un consejo regente. En esta situación, fue Cleopatra quien controló activamente el gobierno arrinconando al pequeño Ptolomeo que tampoco mostraba especiales dotes para la tarea. Sin embargo, pronto surgieron desavenencias en la pareja real avivadas por las conspiraciones contra Cleopatra dirigidas por su hermana menor Arsínoe (que aspiraba al trono) y los consejeros de su manipulable hermano. Así pues, Cleopatra y su séquito se vieron obligados a huir de Alejandría en dirección hacia la actual Siria.

Estando en el exilio, Cleopatra logró reclutar en solitario un ejército de mercenarios con la intención de reconquistar su reino. Sin embargo, a su regreso a Egipto, las tropas fieles a su hermano consiguieron frenar su avance en Pelusio, ciudad costera situada al nordeste del Delta del Nilo. Mientras las tropas de ambos hermanos se enfrentaban en un conflicto civil, en Roma la lucha por el liderazgo le correspondía a Julio César y Pompeyo. Este último, habiendo sido derrotado por su rival en la batalla de Farsalia, se vio obligado a huir y buscó refugio en Egipto creyendo que sería bien recibido por la amistad que había mantenido años atrás con el difunto rey Ptolomeo XII. Cuando Pompeyo alcanzó las costas de Egipto sin embargo, no se encontró con la cálida bienvenida que él esperaba. Por el contrario, fue asesinado por los egipcios ya que temían que ayudarle a él supusiese un enfrentamiento con César.

Poco después, Julio César llegó también a Egipto. Allí, las narraciones cuentan que se le mostró la cabeza de Pompeyo y esto le causó una auténtica conmoción. Al fin y al cabo, aunque habían sido rivales en el pasado, César no concebía una muerte así para Pompeyo. Una vez asentado en territorio egipcio, el romano decidió mediar en el conflicto entre Cleopatra y Ptolomeo. Para Roma, Egipto constituía un reino aliado y un territorio próspero que le podría proporcionar importantes recursos. Para poder fortalecer esta relación, resultaba imprescindible asegurar un gobierno estable.

De esta forma, César se presentó en Alejandría como árbitro y citó a los dos hermanos en la capital. El rey niño, que controlaba la ciudad y sus guarniciones, recibió a César de inmediato. Por el contrario Cleopatra, incapaz de traspasar la barrera que formaban las tropas de su hermano en Pelusio, se vio obligada a viajar de incógnito en una pequeña embarcación bordeando la costa. Finalmente consiguió llegar al palacio donde se alojaba César en Alejandría. Según el relato de Plutarco, la joven reina llegó envuelta en una alfombra que fue trasladada hasta los aposentos de César. Una vez allí, el criado que la trasladaba la desenrolló y de su interior emergió la bella Cleopatra que embelesó al romano. Historias románticas aparte, los historiadores dudan seriamente de la veracidad de este relato y más teniendo en cuenta que proviene de la pluma de Plutarco, autor romano enemigo acérrimo de Cleopatra que trató de retratarla en sus escritos como una reina frívola y seductora.

Sea o no cierto el relato de la alfombra, Cleopatra consiguió finalmente entrevistarse con César y atraerlo a su causa. Cuando Ptolomeo XIII averiguó lo sucedido, estalló en un arrebato de ira. Apelando al testamento de Auletes que establecía el gobierno conjunto de ambos hermanos, César confiaba en poder evitar una guerra civil a través de justas recompensas para todos los miembros de la familia real. Pero a pesar de sus esfuerzos, el enfrentamiento se hizo inevitable. Acorralados en el distrito de Palacio, César y Cleopatra, con el apoyo de escasas guarniciones, tuvieron que hacer frente a las tropas fieles a Ptolomeo en una dura guerra en la que estuvieran a punto de sucumbir. Tras meses de encarnizados enfrentamientos, la llegada de refuerzos y la estrategia de César, permitieron que la balanza se inclinara a su favor. Ptolomeo XIII murió ahogado en el Nilo al intentar huir. Una vez asegurada la victoria, Cleopatra fue repuesta en el trono junto a su hermano menor Ptolomeo XIV. La reina consiguió ver reafirmada su posición y asumió la dirección efectiva del gobierno.

César y Cleopatra entablaron entonces una alianza decisiva para el futuro de ambos. Mientras que ella necesitaba la amistad de Roma para asegurarse la protección y la independencia de su reino, él se encontraba interesado en las riquezas del país amigo. Dejando de lado las consideraciones sentimentales del romance, lo cierto es que la reina egipcia había conseguido fortalecer su posición a través de una maniobra diplomática brillante. Al final, la relación entre César y Cleopatra se aproximó más a un tratado amistoso que a una aventura pasional.

En algún momento entre el 47 y el 44 a.C. Cleopatra dio a luz a un hijo al que puso el nombre de Ptolomeo César aunque el pueblo de Alejandría pronto le conoció como "Cesarión" ya que se rumoreaba que su padre era César. Aunque las fuentes no se ponen de acuerdo en cuanto a la cuestión de la paternidad del niño, Cleopatra no hizo ningún esfuerzo en acallar estos rumores que le beneficiaban. En este período, la reina se trasladó probablemente hasta en dos ocasiones a Roma junto a su amante. La película protagonizada por Elizabeth Taylor nos muestra su entrada en la ciudad como un desfile triunfal, aunque tal recibimiento es altamente improbable, dada la desconfianza que sentían los romanos hacia Cleopatra. Aprovechando la impopularidad de la reina extranjera, los enemigos de César trataron de desprestigiarle en todo momento. Él sin embargo, no dejó de rendir homenaje a su amante, en honor de la cual erigió una estatua.

La suerte de la reina dio un giro radical cuando su valedor fue asesinado en el 44 a.C. Muerto César, Cleopatra se encontraba desprotegida en Roma por lo que regresó inmediatamente a Alejandría. Al poco tiempo de su llegada a la capital, su hermano Ptolomeo XIV, con quien compartía el trono, murió en extrañas circunstancias. Esto ha dado pie a ciertas sospechas sobre el papel que tuvo la reina en la muerte de su hermano. Algunos autores como Josefo, afirman que ella le envenenó temiendo que éste quisiera reclamar más poder. No obstante, no existen pruebas que avalen esta hipótesis e historiadores como Joyce Tyldesley no consideran extraño que el joven Ptolomeo XIV falleciese a los quince años teniendo en cuenta que la esperanza de vida para los varones en la época era de tan solo treinta y tres años.

Cleopatra y Cesarión representados
en el templo de Hathor en Dendera
Lo cierto es que la muerte de su hermano le allanó el camino. Con Cesarión a su lado, Cleopatra encontró el pretexto perfecto para evitar la incómoda obligación de buscar a un nuevo co-regente masculino con el que contraer matrimonio dado que la tradición ptolemaica le permitía regentar el país en nombre de su hijo. Ptolomeo XV jugó además un papel clave en la propaganda de su madre. Así, Cleopatra pasó a ser representada como una madre semidivina, identificada con la diosa Isis.

Los siguientes años fueron por los general pacíficos y estables, aunque la situación económica seguía siendo precaria ante la sucesión de malas cosechas y la alta inflación que afectaban a su pueblo. Pese a estos problemas, la posición de Cleopatra era más sólida que nunca, sin rivales que pudieran hacer peligrar su poder.

No obstante, en el resto del Mediterráneo la situación distaba bastante de ser pacífica. Tras el asesinato de César, en Roma se había formado el segundo triunvirato. Sus integrantes (Marco Antonio, Octavio y Lépido) se unieron para capturar a los principales asesinos de César (Bruto y Casio). Por su parte los magnicidas, al ver que carecían de apoyo en Roma, huyeron rápidamente hacia las provincias orientales en busca de ayuda. Tanto los triunviros, como Bruto y Casio, confiaban en poder encontrar un aliado en la reina de Egipto. Aunque Cleopatra se mostraba reacia a intervenir en un conflicto romano, las circunstancias le obligaron a tomar partido a favor de los triunviros. Una vez Casio y Bruto fueron derrotados en la batalla de Filipos (42 a.C.), el control de los territorios romanos se dividió entre los dos grandes hombres del momento: a Octavio le correspondió la Península Itálica y las provincias occidentales, mientras que Marco Antonio obtuvo la zona oriental. Lépido, por su parte, se quedó con el norte de África pero fue pronto apartado de la verdadera pugna de poder en Roma.

Marco Antonio realizó viajes a sus territorios recompensando a aquellos que habían apoyado al triunvirato y castigando a sus enemigos. Con la vista puesta en las riquezas y el destino de Egipto, convocó a Cleopatra a una reunión en Tarso, en donde se debería aclarar el papel que había tenido ella en la contienda. Allí, Cleopatra consiguió ganarse su apoyo y juntos entablaron una relación amorosa que marcaría inexorablemente el futuro político de ambos. De esta forma, la reina, sumamente vulnerable desde el asesinato de César, volvía a procurarse una alianza que le proporcionaba protección a su reino. A cambio de ayudarle en la financiación de sus campañas contra los partos en Oriente, Cleopatra consiguió que Antonio la reafirmase en el trono y eliminase a sus rivales más directos. Ambos regresaron a Egipto y allí pasaron una temporada juntos mientras Octavio aprovechaba al ausencia de Marco Antonio para reafirmar su posición en Roma. Al poco tiempo, murió la esposa de Antonio, Fulvia, por lo que éste se encontraba en libertad para contraer matrimonio con Cleopatra. Sin embargo, en un momento político complejo, a Antonio se le exigió renovar su lealtad a Octavio a través del matrimonio con su hermanastra Octavia. Esto no supuso un obstáculo para que la relación entre Cleopatra y Marco Antonio siguiese adelante. De hecho, tuvieron dos hijos gemelos en el 40 a.C.

A medida que pasaron los años, las relaciones entre Marco Antonio y Octavio se fueron tensando. Este último, aprovechaba su presencia en Roma para recabar apoyos contra su rival a través de difamaciones de todo tipo. Antonio era retratado como un títere en manos de una reina extranjera dado al derroche, mientras que Octavio defendía su imagen como la de un político incorruptible. Por otro lado, la incapacidad de Antonio para imponerse militarmente a los partos que amenazaban las fronteras orientales de Roma, incrementó su impopularidad. En esta situación, el enfrentamiento por la hegemonía a largo plazo se hizo inevitable. Cleopatra y Marco Antonio habían unido sus destinos al estrechar su colaboración a lo largo de años, de forma que lucharían juntos contra Octavio. En el 31 a.C. el enfrentamiento final tuvo lugar en la batalla naval de Actium, que supuso la victoria definitiva para Octavio, al tiempo que Cleopatra y Marco Antonio se batieron en retirada.

El final se acercaba para ambos amantes que vivían sus últimas horas en una situación de desconcierto. Cleopatra se encerró en su mausoleo junto a su tesoro mientras que Marco Antonio, abandonado por sus tropas, fue incapaz de revertir la desesperada situación. Al poco tiempo, llegó a sus oídos un falso rumor acerca de la muerte de Cleopatra y en ese momento el romano decidió quitarse la vida clavándose una espada en el estómago. Mientras perdía sangre, su cuerpo fue trasladado hasta la tumba en donde se encontraba ella. Marco Antonio fue entonces arrastrado hasta el interior a través de una ventana para que pudiera morir en los brazos de Cleopatra.

Cuando Octavio llegó a Alejandría, se encontró a la reina de Egipto atrincherada en su mausoleo amenazando con inmolarse y destruir su tesoro. Octavio, que deseaba evitar esto a toda costa, consiguió entrevistarse con ella. Según algunos autores prorromanos, los intentos de seducción de Cleopatra no funcionaron sobre el intachable Octavio. En cualquier caso, ella había intentado negociar el futuro de su hijo Ptolomeo XV en el trono de Egipto con escaso éxito. Ante la perspectiva de ser exhibida y humillada públicamente en Roma como una esclava, Cleopatra decidió quitarse la vida. Antes de morir, había enviado a Cesarión al exilio con una cierta cantidad de dinero para poder huir en dirección hacia la India donde, si todo salía bien, se reuniría con él. No obstante,  poco después del suicidio de su madre, su tutor Rodon le traicionó convenciéndole para regresar a Alejandría donde fue capturado y ejecutado.

Con la muerte de Cleopatra VII, la era helenística, heredera de la cultura helénica de la Grecia de Alejandro Magno, llegaba a su fin. En su lugar, el Mediterráneo conocía la creación del Imperio Romano que mantendría su hegemonía hasta el siglo V.

Con frecuencia, nuestros directores de cine y algunos historiadores se dejan guiar en exceso por los testimonios romanos que se conservan sobre su persona, los cuales nos reflejan a una Cleopatra frívola. Con ello, lo único que consiguen es cultivar  la tradición misógina de mujer-objeto que obvia los aspectos fundamentales de su persona. Cleopatra en realidad, fue mucho más que una simple seductora ya que por encima de su supuesta belleza, o de sus amantes, fue una reina cultivada, inteligente y ambiciosa que luchó toda su vida por la prosperidad e independencia de su reino. Por desgracia para ella, su fortuna fue similar a la de otros perdedores de la historia, puesto que su biografía sería escrita por sus enemigos.



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