De mujeres va la cosa. Si en la anterior entrada nos centrábamos en la enigmática reina egipcia Cleopatra, ahora nos trasladamos hasta la Edad Media de los reinos cristianos peninsulares para analizar una figura más desconocida, pero no por ello, menos interesante. Se trata de Doña Urraca, una mujer firme y decidida que reinó en una época de hombres convirtiéndose en la primera reina "propietaria" de nuestra historia.
Para conocer a nuestro personaje nos debemos situar en el reino de León a mediados del siglo XI. La Alta Edad Media en la Península Ibérica se había caracterizado desde comienzos del siglo VIII por una clara hegemonía de los musulmanes. A pesar de que los pequeños reinos cristianos del norte habían protagonizado durante los siglos IX y X una considerable expansión territorial, los musulmanes seguían teniendo una estructura militar y política superior. De hecho, tras la proclamación del Califato de Córdoba en el 929 por Abderramán III, Al-Ándalus vivió un período de auténtico esplendor. A pesar de ello, un siglo después el califato entraba en un rápido proceso de disolución que llevaría a la constitución de los reinos de taifas. De esta forma, la antigua unidad política se vio sustituida por un mosaico de reinos independientes y enfrentados entre sí.
Fue entonces cuando los reyes cristianos aprovecharon esta división para expandir sus reinos hacia el sur. Especialmente significativa resultó la figura de Alfonso VI, rey de León y de Castilla durante la segunda mitad del siglo XI que consiguió una victoria trascendental al conquistar la ciudad de Toledo en el 1085. La toma de Toledo suponía en primer lugar, una victoria estratégica ya que consolidaba el avance cristiano en el Tajo, llegando a amenazar los principales enclaves musulmanes en el valle del Guadalquivir. Por otro lado, la ciudad tenía un extraordinario valor simbólico y moral al haber sido la antigua capital del reino visigodo que los reyes cristianos aspiraban a reconstituir.
En Al-Ándalus, la noticia también tuvo relevantes consecuencias. Alarmados ante el gran avance de las tropas del Reino de León, los reyes taifas de Badajoz y Sevilla decidieron pedir ayuda a los almorávides, un imperio musulmán que se estaba formando en el norte de África. Finalmente, la llegada de los almorávides a la península no se traduciría en una mera ayuda militar, sino que desembocaría en una conquista de la Hispania musulmana quedando ésta completamente incorporada a su imperio. La llegada de esta nueva fuerza a la Península Ibérica amenazaría seriamente al rey Alfonso VI. Tan solo un año después de la toma de Toledo, los cristianos sufrieron una grave derrota en la Batalla de Sagrajas que les obligó a replegarse para defender Toledo. El rey leonés sufriría a partir de entonces serios reveses militares.
Doña Urraca era nada más y nada menos que la primogénita de Alfonso VI. Nacida en el 1081, no llegaba ni siquiera a los cuatro años cuando su padre realizó la gran gesta toledana. Aunque ella era en un principio la heredera del rey, todos aguardaban el nacimiento de un varón que solucionase la cuestión de la sucesión real. Finalmente, en el año 1093 nacía el infante Sancho, quedando así Urraca excluida de la línea sucesoria.
Con aproximadamente doce años, la infanta fue dada en matrimonio a Raimundo de Borgoña y su padre les cedió Galicia como tenencia, adonde se desplazaron en 1094. Allí, Urraca tuvo la oportunidad de adquirir experiencia en las tareas de gobierno aunque únicamente como condesa consorte. En estos años, la infanta además dio a luz a dos hijos: Sancha y Alfonso. Sin embargo, su matrimonio fue breve ya que su esposo falleció en 1107 víctima de la disentería. Los desastres se siguieron sucediendo para la familia real, ya que un año más tarde, perecía el heredero al trono en la batalla de Uclés contra los almorávides. De esta manera, muerto el único hijo varón del anciano Alfonso VI, todas las miradas se volvieron sobre Urraca, convertida ahora en la legítima heredera al trono.
Alfonso VI fue consciente de que la situación era sumamente delicada. Con los almorávides presionando desde el sur y una situación de inestabilidad interna derivada de la lucha por el poder entre los distintos linajes de la nobleza leonesa-castellana, Urraca heredaría un reino cuya integridad territorial se encontraba amenazada por numerosos frentes. En este contexto tan complicado, se decidió casar a la heredera con el poderoso rey navarro-aragonés Alfonso I (también conocido como Alfonso el Batallador). De esta forma, Urraca tendría a su lado a un monarca prestigioso en el campo de batalla que podría dirigir las campañas contra los almorávides y al mismo tiempo, se lograba alejar a la nobleza de la corona. Por otro lado, resultaba conveniente cultivar las relaciones con el rey vecino dado que su hostilidad podría suponer un peligro potencial para la estabilidad del reino.
En 1109 fallece Alfonso VI, heredando el reino su hija Urraca. Por primera vez en la historia del reino de León-Castilla, una mujer accedía al trono como reina efectiva y no meramente como la consorte de un varón. Al poco tiempo de morir su padre, Urraca I contrae matrimonio tal y como se había concertado con Alfonso I. Esta maniobra política vino además acompañada del llamado Pacto de Unión, un acuerdo que estableció la cosoberanía de ambos cónyuges en sus respectivos reinos. Por otro lado, se declaraba además que en caso de que tuvieran un hijo, éste heredaría los reinos de León-Castilla, Aragón y Navarra. Esta disposición creaba un conflicto importante al excluir del trono al hijo que había tenido Urraca con su anterior marido. En cualquier caso, algunos historiadores han querido ver en este gesto un precedente de la futura Unión de Reinos que practicarían los Reyes Católicos, aunque la mayor parte de la historiografía actual descarta que el matrimonio se celebrase expresamente con ese fin. No obstante, de haberse cumplido esa cláusula, la unidad política se hubiera visto facilitada sin duda alguna.
Tal y como fue planteada, esta boda resultó conflictiva desde el primer momento. En primer lugar, el papa Pascual II amenazó con la disolución del enlace por la consanguinidad de ambos cónyuges (eran biznietos de Sancho III de Navarra). En realidad, la oposición de la Iglesia se debía más a un motivo político que religioso, ya que tanto el clero cluniacense francés como el alto clero leonés-castellano, se habían visto favorecidos durante el primer matrimonio de Urraca y defendían en consecuencia los derechos sucesorios del hijo nacido de dicha unión. Los derechos del pequeño Alfonso Raimúndez también eran defendidos por otra facción de nobles con centro en Galicia. A esto se sumaba la enemistad de algunos nobles leoneses y castellanos que veían con recelo la intrusión de los aragoneses en el reino (a los que Alfonso I otorgaba generosas concesiones).
El primero de los movimientos rebeldes en contra de la nueva unión fue iniciado por el conde de Traba en Galicia cuando éste reclamó los derechos dinásticos de Alfonso Raimúndez. Para pacificar la situación, el propio Alfonso el Batallador tuvo que acudir con sus tropas para derrotar a los rebeldes.
A todas estas dificultades internas pronto se le uniría la rivalidad que surgiría entre Urraca y su hermana Teresa, condesa de Portugal. Tanto ella como su marido Enrique de Borgoña trataban de adquirir mayor autonomía aspirando a desgajar el condado del reino de León y crear así un reino independiente en los territorios lusos. Aunque la relación entre Urraca y su hermana experimentaría altibajos constantes a lo largo de los años, la reina nunca podría encontrar en Teresa a una fiel aliada.
Por si fuera poco, las desavenencias entre Urraca y su marido comenzaron de inmediato. Movidos por una antipatía mutua, los cónyuges se enfrascaron en un amargo enfrentamiento. Urraca soportó de su esposo terribles humillaciones y agresiones mientras trataba de mantener la autoridad en su reino. De esta forma, las disputas entre ambos fueron escalando hasta desembocar en una auténtica guerra civil. Las crónicas narran que en una ocasión Urraca liberó en Huesca a unos nobles árabes que su marido retenía como rehenes sin su consentimiento. Alfonso I, al enterarse de la maniobra de la reina, la encerró en la torre del castillo de el Castelar donde la sometió a tratos vejatorios durante días. Gracias a la ayuda de sus leales, Urraca consiguió escapar de su prisión y se trasladó a Burgos, aunque se vio obligada a dejar a su hija Sancha atrás como rehén. Acto seguido, Alfonso el Batallador penetró con sus tropas en el reino de León-Castilla y, tras sellar una alianza con Enrique de Borgoña, consiguió derrotar a las tropas fieles a su esposa en la batalla de Candespina. La reina trató de compensar este revés acercándose a los condes portugueses pero pronto se hizo evidente que, lejos de prestar una ayuda desinteresada, éstos deseaban expandirse hacia los territorios situados en la zona occidental del reino de León. En una situación desesperada, Urraca buscó una reconciliación momentánea con Alfonso I.
Amenazada por la constante presión almorávide, el programa de dominio de su marido y los intentos de reparto territorial de su hermana, Urraca trataba de defender a toda costa la integridad de sus territorios. Para ello, no dudaba en apoyarse en un baile frenético de alianzas con las que trató de conjurar los distintos peligros que acechaban a su reino. Mientras tanto, en Galicia prosperaba el núcleo de nobles y clérigos agrupados en torno a la figura de su hijo Alfonso Raimúndez, al que aspiraban a proclamar rey obviando los dictámenes del Pacto de Unión. Finalmente, el desafortunado matrimonio fue definitivamente disuelto en 1114. Fracasado el pacto dinástico, Alfonso el Batallador se concentró en poner en marcha un proyecto militar que le encumbrase como el verdadero dueño de los reinos peninsulares. Para ello, solamente debía labrarse la imagen de campeón cruzado contra el Islam. Por su parte, doña Urraca debía competir por no ser excluida de su propio reino y mantener el control de sus territorios.
En el complicado tablero gallego, el obispo de Santiago de Compostela, Gelmírez y el conde de Traba proseguían con sus intentos de consolidar la autonomía gallega bajo Alfonso Raimúndez. Urraca intentó mantener un pulso con el obispo compostelano, cuya hegemonía y dominio sobre su hijo resultaba un grave obstáculo para el gobierno. Teresa, máxima autoridad de Portugal desde la muerte de su marido Enrique en 1112, aprovechó la ocasión para apoyar a Gelmírez en contra de su hermana. Urraca por su parte, logró aprovechar una insurrección en la ciudad de Santiago que obligó al obispo a alcanzar un pacto. A pesar de ello, la revuelta de Santiago no se extinguió sino que aumentó en violencia, llegando el pueblo a vejar y agredir a la propia reina cuando ésta trataba de exhortarles a retornar a la obediencia a Gelmírez. Tras escapar de la tremenda paliza, Urraca conseguiría restaurar el orden gracias a la acción de sus tropas.
Tras esta crisis, el reinado de Urraca entraría en una nueva fase. Su política se castellanizaría y además en estos últimos años reina e hijo gobernarían conjuntamente. A pesar de ello, ella nunca renunció a su papel activo como reina titular.
Aunque el problema gallego se enquistó de manera permanente y la presión de los almorávides no cesaba en ningún momento, la reina consiguió en sus últimos años dos victorias de enorme importancia para el futuro de su reino: neutralizó las aspiraciones de su hermana Teresa, asegurándose el control de los territorios limítrofes con el condado de Portugal, y detuvo las ambiciones expansionistas de su ex-marido Alfonso el Batallador, al conseguir una victoria decisiva en Sigüenza en 1124. Urraca falleció apenas dos años más tarde, pasando así definitivamente el testigo a su hijo Alfonso VII.
Maltratada por su marido, por su pueblo y por la misógina historiografía que ha imperado hasta nuestros días, Urraca no ha recibido el trato que merece. Mujer de carácter indómito y de naturaleza valiente, ella fue la primera reina titular en la historia medieval europea, adelantándose incluso a otras figuras de enorme popularidad como Leonor de Aquitania (madre de Ricardo Corazón de León). Su vida fue la de una mujer que quiso reinar en una sociedad dirigida por hombres, que trató de alzar su voz aún cuando las circunstancias no le eran favorables. Descansa Urraca, tu historia nunca será olvidada.
Fue entonces cuando los reyes cristianos aprovecharon esta división para expandir sus reinos hacia el sur. Especialmente significativa resultó la figura de Alfonso VI, rey de León y de Castilla durante la segunda mitad del siglo XI que consiguió una victoria trascendental al conquistar la ciudad de Toledo en el 1085. La toma de Toledo suponía en primer lugar, una victoria estratégica ya que consolidaba el avance cristiano en el Tajo, llegando a amenazar los principales enclaves musulmanes en el valle del Guadalquivir. Por otro lado, la ciudad tenía un extraordinario valor simbólico y moral al haber sido la antigua capital del reino visigodo que los reyes cristianos aspiraban a reconstituir.
En Al-Ándalus, la noticia también tuvo relevantes consecuencias. Alarmados ante el gran avance de las tropas del Reino de León, los reyes taifas de Badajoz y Sevilla decidieron pedir ayuda a los almorávides, un imperio musulmán que se estaba formando en el norte de África. Finalmente, la llegada de los almorávides a la península no se traduciría en una mera ayuda militar, sino que desembocaría en una conquista de la Hispania musulmana quedando ésta completamente incorporada a su imperio. La llegada de esta nueva fuerza a la Península Ibérica amenazaría seriamente al rey Alfonso VI. Tan solo un año después de la toma de Toledo, los cristianos sufrieron una grave derrota en la Batalla de Sagrajas que les obligó a replegarse para defender Toledo. El rey leonés sufriría a partir de entonces serios reveses militares.
Doña Urraca era nada más y nada menos que la primogénita de Alfonso VI. Nacida en el 1081, no llegaba ni siquiera a los cuatro años cuando su padre realizó la gran gesta toledana. Aunque ella era en un principio la heredera del rey, todos aguardaban el nacimiento de un varón que solucionase la cuestión de la sucesión real. Finalmente, en el año 1093 nacía el infante Sancho, quedando así Urraca excluida de la línea sucesoria.
Con aproximadamente doce años, la infanta fue dada en matrimonio a Raimundo de Borgoña y su padre les cedió Galicia como tenencia, adonde se desplazaron en 1094. Allí, Urraca tuvo la oportunidad de adquirir experiencia en las tareas de gobierno aunque únicamente como condesa consorte. En estos años, la infanta además dio a luz a dos hijos: Sancha y Alfonso. Sin embargo, su matrimonio fue breve ya que su esposo falleció en 1107 víctima de la disentería. Los desastres se siguieron sucediendo para la familia real, ya que un año más tarde, perecía el heredero al trono en la batalla de Uclés contra los almorávides. De esta manera, muerto el único hijo varón del anciano Alfonso VI, todas las miradas se volvieron sobre Urraca, convertida ahora en la legítima heredera al trono.
Alfonso VI fue consciente de que la situación era sumamente delicada. Con los almorávides presionando desde el sur y una situación de inestabilidad interna derivada de la lucha por el poder entre los distintos linajes de la nobleza leonesa-castellana, Urraca heredaría un reino cuya integridad territorial se encontraba amenazada por numerosos frentes. En este contexto tan complicado, se decidió casar a la heredera con el poderoso rey navarro-aragonés Alfonso I (también conocido como Alfonso el Batallador). De esta forma, Urraca tendría a su lado a un monarca prestigioso en el campo de batalla que podría dirigir las campañas contra los almorávides y al mismo tiempo, se lograba alejar a la nobleza de la corona. Por otro lado, resultaba conveniente cultivar las relaciones con el rey vecino dado que su hostilidad podría suponer un peligro potencial para la estabilidad del reino.
En 1109 fallece Alfonso VI, heredando el reino su hija Urraca. Por primera vez en la historia del reino de León-Castilla, una mujer accedía al trono como reina efectiva y no meramente como la consorte de un varón. Al poco tiempo de morir su padre, Urraca I contrae matrimonio tal y como se había concertado con Alfonso I. Esta maniobra política vino además acompañada del llamado Pacto de Unión, un acuerdo que estableció la cosoberanía de ambos cónyuges en sus respectivos reinos. Por otro lado, se declaraba además que en caso de que tuvieran un hijo, éste heredaría los reinos de León-Castilla, Aragón y Navarra. Esta disposición creaba un conflicto importante al excluir del trono al hijo que había tenido Urraca con su anterior marido. En cualquier caso, algunos historiadores han querido ver en este gesto un precedente de la futura Unión de Reinos que practicarían los Reyes Católicos, aunque la mayor parte de la historiografía actual descarta que el matrimonio se celebrase expresamente con ese fin. No obstante, de haberse cumplido esa cláusula, la unidad política se hubiera visto facilitada sin duda alguna.
Tal y como fue planteada, esta boda resultó conflictiva desde el primer momento. En primer lugar, el papa Pascual II amenazó con la disolución del enlace por la consanguinidad de ambos cónyuges (eran biznietos de Sancho III de Navarra). En realidad, la oposición de la Iglesia se debía más a un motivo político que religioso, ya que tanto el clero cluniacense francés como el alto clero leonés-castellano, se habían visto favorecidos durante el primer matrimonio de Urraca y defendían en consecuencia los derechos sucesorios del hijo nacido de dicha unión. Los derechos del pequeño Alfonso Raimúndez también eran defendidos por otra facción de nobles con centro en Galicia. A esto se sumaba la enemistad de algunos nobles leoneses y castellanos que veían con recelo la intrusión de los aragoneses en el reino (a los que Alfonso I otorgaba generosas concesiones).
El primero de los movimientos rebeldes en contra de la nueva unión fue iniciado por el conde de Traba en Galicia cuando éste reclamó los derechos dinásticos de Alfonso Raimúndez. Para pacificar la situación, el propio Alfonso el Batallador tuvo que acudir con sus tropas para derrotar a los rebeldes.
Teresa de Portugal |
Por si fuera poco, las desavenencias entre Urraca y su marido comenzaron de inmediato. Movidos por una antipatía mutua, los cónyuges se enfrascaron en un amargo enfrentamiento. Urraca soportó de su esposo terribles humillaciones y agresiones mientras trataba de mantener la autoridad en su reino. De esta forma, las disputas entre ambos fueron escalando hasta desembocar en una auténtica guerra civil. Las crónicas narran que en una ocasión Urraca liberó en Huesca a unos nobles árabes que su marido retenía como rehenes sin su consentimiento. Alfonso I, al enterarse de la maniobra de la reina, la encerró en la torre del castillo de el Castelar donde la sometió a tratos vejatorios durante días. Gracias a la ayuda de sus leales, Urraca consiguió escapar de su prisión y se trasladó a Burgos, aunque se vio obligada a dejar a su hija Sancha atrás como rehén. Acto seguido, Alfonso el Batallador penetró con sus tropas en el reino de León-Castilla y, tras sellar una alianza con Enrique de Borgoña, consiguió derrotar a las tropas fieles a su esposa en la batalla de Candespina. La reina trató de compensar este revés acercándose a los condes portugueses pero pronto se hizo evidente que, lejos de prestar una ayuda desinteresada, éstos deseaban expandirse hacia los territorios situados en la zona occidental del reino de León. En una situación desesperada, Urraca buscó una reconciliación momentánea con Alfonso I.
Amenazada por la constante presión almorávide, el programa de dominio de su marido y los intentos de reparto territorial de su hermana, Urraca trataba de defender a toda costa la integridad de sus territorios. Para ello, no dudaba en apoyarse en un baile frenético de alianzas con las que trató de conjurar los distintos peligros que acechaban a su reino. Mientras tanto, en Galicia prosperaba el núcleo de nobles y clérigos agrupados en torno a la figura de su hijo Alfonso Raimúndez, al que aspiraban a proclamar rey obviando los dictámenes del Pacto de Unión. Finalmente, el desafortunado matrimonio fue definitivamente disuelto en 1114. Fracasado el pacto dinástico, Alfonso el Batallador se concentró en poner en marcha un proyecto militar que le encumbrase como el verdadero dueño de los reinos peninsulares. Para ello, solamente debía labrarse la imagen de campeón cruzado contra el Islam. Por su parte, doña Urraca debía competir por no ser excluida de su propio reino y mantener el control de sus territorios.
En el complicado tablero gallego, el obispo de Santiago de Compostela, Gelmírez y el conde de Traba proseguían con sus intentos de consolidar la autonomía gallega bajo Alfonso Raimúndez. Urraca intentó mantener un pulso con el obispo compostelano, cuya hegemonía y dominio sobre su hijo resultaba un grave obstáculo para el gobierno. Teresa, máxima autoridad de Portugal desde la muerte de su marido Enrique en 1112, aprovechó la ocasión para apoyar a Gelmírez en contra de su hermana. Urraca por su parte, logró aprovechar una insurrección en la ciudad de Santiago que obligó al obispo a alcanzar un pacto. A pesar de ello, la revuelta de Santiago no se extinguió sino que aumentó en violencia, llegando el pueblo a vejar y agredir a la propia reina cuando ésta trataba de exhortarles a retornar a la obediencia a Gelmírez. Tras escapar de la tremenda paliza, Urraca conseguiría restaurar el orden gracias a la acción de sus tropas.
Tras esta crisis, el reinado de Urraca entraría en una nueva fase. Su política se castellanizaría y además en estos últimos años reina e hijo gobernarían conjuntamente. A pesar de ello, ella nunca renunció a su papel activo como reina titular.
Urraca I de León y de Castilla |
Maltratada por su marido, por su pueblo y por la misógina historiografía que ha imperado hasta nuestros días, Urraca no ha recibido el trato que merece. Mujer de carácter indómito y de naturaleza valiente, ella fue la primera reina titular en la historia medieval europea, adelantándose incluso a otras figuras de enorme popularidad como Leonor de Aquitania (madre de Ricardo Corazón de León). Su vida fue la de una mujer que quiso reinar en una sociedad dirigida por hombres, que trató de alzar su voz aún cuando las circunstancias no le eran favorables. Descansa Urraca, tu historia nunca será olvidada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario