En esta entrada abrimos una nueva sección titulada "Oportunidades perdidas de nuestra historia". A menudo, resulta tentador adentrarse en el mundo de la ficción para imaginar qué hubiera podido suceder si nuestra historia hubiese discurrido por cauces distintos. ¿Cómo habría cambiado la historia de Roma si Julio César no hubiese muerto asesinado? ¿Habría estallado la Segunda Guerra Mundial sin Hitler? La lista de incógnitas resultaría interminable. A esta práctica común, los historiadores la denominan historia contrafactual, dado que no se apoya en una evidencia fáctica sino que se adentra en el universo de la especulación. A través de este ejercicio, corremos el riesgo de alejarnos de la pretensión de rigurosidad de la disciplina histórica y refugiarnos en relatos ficticios más cercanos a la literatura.
Así pues, no es mi intención inventarme una historia paralela, pero todos reconocemos que determinados acontecimientos clave han marcado el devenir histórico de forma decisiva. Es por ello, que no podemos olvidar aquellos sucesos que podrían haber transformado nuestra historia, aquellas grandes oportunidades perdidas que quizá hubieran arrojado luz sobre el oscuro panorama de nuestra historia reciente.
Nos trasladamos de época y lugar hasta la España de la Guerra de la Independencia para analizar una de las figuras más polémicas de nuestra historia. Se trata de José I Bonaparte, hermano de Napoleón que protagonizó uno de los reinados más efímeros de España. A pesar de la brevedad de su estancia en Madrid, José I fue un monarca reformista con iniciativa propia que podría haber liderado un proceso de importantes reformas en la España de principios del XIX.
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Manuel Godoy |
Los comienzos del siglo XIX en España se caracterizaron por la tormentosa relación que mantuvo la familia real española con la Francia revolucionaria. El estallido de la Revolución Francesa generó en el gobierno español un temor al contagio y es por ello que en un primer momento se trató de prohibir la circulación de publicaciones de todo tipo a través de la frontera para evitar la propagación de las ideas revolucionarias. Cuando el rey de Francia Luis XVI murió ejecutado en 1792, una nueva figura ascendió en el panorama político español: Manuel Godoy. El nuevo valido del rey adoptó una política beligerante hacia la Francia de la Convención y se precipitó a una guerra que ensuciaría su imagen como político. Tres años más tarde, tras importantes derrotas militares, Godoy se vio obligado a firmar la Paz de Basilea por la que los franceses restituyeron todos los territorios ocupados en el norte de España. En 1796, se firmaba el Tratado de San Ildefonso sellándose una alianza francoespañola contra Inglaterra. Inmediatamente después comenzaría una guerra contra Inglaterra en la que España sufriría duras pérdidas como la caída de Trinidad (plaza fundamental para el control del comercio con América) y la derrota del Cabo de San Vicente. La situación se agravó cuando Napoleón accedió al gobierno en Francia y comenzó a presionar a Godoy para que se plegase a sus deseos y le ofreciese ayuda militar en el mar contra los ingleses. Así, en 1805 la Armada española quedó prácticamente liquidada en la batalla de Trafalgar. A partir de entonces, España jamás volvería a recomponer su poder marítimo.
Las derrotas militares, la influencia de Napoleón y la grave crisis hacendística de una España desangrada por la guerra crearon un caldo de cultivo ideal para el crecimiento de la oposición contra la familia real y Manuel Godoy, al que acusaban de ser un advenedizo. Los grupos opositores se agruparon en torno a la figura del príncipe Fernando. En 1807, tras un primer intento fracasado de golpe de Estado por parte de Fernando en el Escorial, la corona española firmó el Tratado de Fontainebleau por medio del cual, las tropas francesas recibieron el permiso español para atravesar el territorio peninsular en dirección hacia Portugal (tradicional aliado de Inglaterra al que convenía neutralizar si se deseaba vencer en la guerra). Sin embargo, pronto se hizo evidente que el propósito de los ejércitos franceses era el de ocupar también España. Godoy, alarmado por la evolución de los acontecimientos, dispuso el traslado de la familia real española a América, medida que ya habían adoptado los reyes portugueses. Sin embargo, antes de comenzar el viaje, estalló el motín de Aranjuez en el que se capturó a Godoy y se obligó al rey Carlos IV a abdicar en su hijo Fernando. Ante esta situación de crisis en el seno de la familia real, Napoleón los convocó a todos en Bayona tratando de presentarse como árbitro de la situación. Allí, les obligó a abdicar en él mismo, y finalmente cedió la corona española a su hermano José Bonaparte. En este momento, coincidiendo con la marcha de la familia real en España, se produjo el levantamiento del dos de mayo y así dio comienzo la Guerra de Independencia Española.
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La reunión en Bayona |
En 1808 José Bonaparte abandonó su tranquilo reino de Nápoles para acudir a su nuevo destino. Desde el primer momento, el rey trataría de presentarse a sus nuevos súbditos como el garante de las novedosas reformas que el país necesitaba. El primer rasgo de reformismo del nuevo rey se manifestó en el llamado Estatuto de Bayona, documento redactado por una junta en la que participaron juristas españoles. Se trata del primer texto constitucional de la historia española, anterior incluso a las Cortes de Cádiz. No obstante, no podemos hablar de una constitución plena, sino más bien de una Carta Otorgada, fruto de la voluntad del Emperador (Napoleón), que se encontraba a medio camino entre el mundo del Antiguo Régimen y el constitucionalismo francés. El Estatuto era un texto de carácter claramente autoritario que establecía al rey como auténtico director de la política del Estado. Por otro lado, también recogía elementos de la tradición española como la afirmación de la religión católica como única del reino. Sin embargo, el texto incorporaba una serie de principios reformadores claros tales como el reconocimiento de la libertad de imprenta, la libertad personal o la inviolabilidad del domicilio. Si bien Napoleón contemplaba el documento como un mero instrumento para dar una apariencia de legalidad al cambio dinástico, José creyó en una constitución que trató de respetar escrupulosamente. Y es que si Napoleón se caracterizaba por ser un brillante militar, José por el contrario, destacaba como jurista.
A pesar de que José entró en España con los deseos de ser un rey constitucional plenamente convencido de su labor reformadora, desde el mismo momento en que atravesó la frontera, los españoles le recibieron con desprecio, calificándole como "rey intruso". Nada más llegar a Madrid, el rey se vio obligado a abandonar la capital ante el repliegue de las tropas francesas motivado por la victoria de los españoles en la batalla de Bailén. En respuesta a este revés, Napoleón lideró personalmente sus tropas en una campaña militar que restauró a su hermano en el trono español. A partir de ese momento, se iniciaría el verdadero reinado de José I. A su llegada a Madrid, Napoleón emitió en Chamartín unos decretos en los que se reconocían importantes medidas en el derribo del Antiguo Régimen, como la abolición de los derechos feudales y la Inquisición. Sin embargo, la campaña había cambiado radicalmente la concepción napoleónica del gobierno de España. Para el Emperador francés, la resistencia mostrada por los españoles en Bailén constituía una ruptura del pacto constitucional y por lo tanto, se amparó en el derecho de conquista para colocar en el trono a su hermano como príncipe francés enteramente a su servicio y no como un soberano independiente. Sin embargo José, en su empeño por ser un rey constitucional, renovó el juramento al estatuto, acto que causaría la ira de su hermano quien acabaría acusándole de haberse "españolizado". Surgió entonces una discrepancia entre las posturas de ambos y José trató de mantener su independencia frente a su hermano.
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Caricatura de Pepe Botella |
Es evidente que la posición de José I resultaba sumamente precaria. En primer lugar, el rey carecía de respaldo popular, algo que le atormentaba profundamente. Sus coetáneos mostraron su desprecio hacia el nuevo rey a través de diversos motes entre los que sobresalen el de Pepe Botella (en referencia a su supuesto alcoholismo) o el Rey Plazuelas (por su labor urbanística volcada a la apertura de plazas en la capital). Por otro lado, su iniciativa política se veía limitada por las continuas injerencias de su hermano y ni siquiera era capaz de imponer su autoridad en el territorio controlado por sus tropas ya que los mandos militares franceses, leales a Napoleón, le desobedecían continuamente. La figura de José quedó de esta forma, completamente eclipsada por los éxitos militares del Emperador. Hasta los propios afrancesados, pronto comprendieron su posición de subordinación a Francia ya que el gobierno español estaba arruinado y dependía de los fondos franceses para mantener la marcha de la guerra. El transcurso del conflicto finalmente hizo inviable la implantación de las instituciones contempladas en el estatuto y el monarca intentó dirigir un proceso constituyente convocando unas nuevas Cortes abiertas a la participación de los diputados reunidos en Cádiz. No obstante, el proyecto naufragó y las Cortes de José I nunca llegaron a reunirse.
A pesar de todo esto, el "rey intruso" trató de mantener su compromiso reformista. Desde 1809 hasta 1812, el gobierno josefino llevó a cabo un importante programa ilustrado. José fue el primer rey que trató de racionalizar la administración heredada de los antiguos reinos adaptando el esquema de las prefecturas francesas al territorio español. Mostró interés por la educación pública al fundar en 1811 la Junta de Instrucción Pública en un intento de establecer los cimientos de un sistema público de educación a nivel nacional. José I destacó también en el plano cultural al disponer la creación de un Museo Nacional que acogiese obras de palacios reales y subvencionar la actividad teatral. Por último, el rey intentó impulsar una serie de medidas de modernización económica como la abolición de diversos monopolios o la aprobación de generosas concesiones otorgadas a aquellos que quisieran crear compañías industriales.
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Fernando VII |
La derrota de las tropas francesas marcó la marcha definitiva de José I y el retorno del infame Fernando VII. Todos los españoles que habían luchado por su "legítimo" rey se encontraron con la vuelta a la dureza del absolutismo. Los afrancesados, así como miles de liberales que habían dado sus vidas por Fernando, tuvieron que exiliarse cuando éste impuso una represión a gran escala. Fernando VII protagonizaría un reinado penoso, caracterizado por la ruina de la Hacienda, la represión política, la pérdida de la mayoría de las colonias americanas y el apego a la tradición del Antiguo Régimen. Sus decisiones ahondaron la dolorosa división entre liberales y absolutistas que causaría constantes enfrentamientos civiles a lo largo de todo el siglo.
Finalmente, Pepe Botella, odiado por sus súbditos e ignorado por sus generales, abandonó el trono español para siempre en 1813. Con su marcha, España perdía a un rey reformista que podría haber liderado una transición hacia un país moderno. A menudo, los relatos simplistas a los que acuden algunos de nuestros políticos inciden en la heroicidad del pueblo español durante su guerra contra el invasor francés, obviando la cruda realidad que trajo aquella contienda a la historia de nuestro país. Seamos críticos, no nos conformemos y revisemos constantemente nuestro pasado para no dejarnos manipular por el uso político de la historia.
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